lunes, 28 de diciembre de 2009

Nuestras distancias.

Me quedo pensando -en silencio-
y me paro y me reclino sobre la frente
y pienso y digo:
Si estas letras llegasen a dónde estás,
si tus ojos las ven o tus oídos las escuchan de casualidad,
sabrás que remotamente en un espacio del olvido
en que nos encontramos,
estás presente…

Si las distancias se pudieran medir en palpitaciones
no habría ni muro, ni calle
ni campo, ni montaña
ni desierto, ni mar, ni cielo
que me apartasen de ti,
que me dejaran la sangre hirviendo
hasta los huesos,
-como dicen que sienten los enamorados-,
guiándome hasta aquél rincón del alma
donde te guardo de estas horas,
de soledad.

Y tú,
en el regazo oscuro del sueño
te quedas en silencio
y escuchas las cosas que pasan en la oscuridad del llanto,
que se impregnan en la piel del deseo
y te reclinas en la frente y piensas y dices:

Si estas letras llegasen a dónde estás…

Eugenio


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domingo, 4 de octubre de 2009

Desde cuando que estas aquí...

Desde cuándo que estas aquí...
Desde aquel ayer…
Desde aquel entonces…

Dices que no me alcanzas, si suelo venir de un lado a otro de tu costado, que no me miras sino te miro, que no me sientes sino estoy contigo.
Yo no entiendo nada de lo que dices, si me tienes atado, en tus caderas como un remolino, mi mundo nace y tú naces en mi hombro.
Entiendo de soledad, entiendo de mí mismo, de las cosas que hago a diario, de las calles húmedas y tristes en las que he dormido, de los faroles en los que a diario me veo y busco realidad, busco silencio, busco consuelo. Uno debe ser un tonto que ama a diario, que piensa en mujer a cada rato.

¿Es que no me sientes?, ¿no me miras?, ¿no somos uno mismo?

Es tarde para todo esto, lo sé, las sombras que visitan mi estancia han comenzado a vivir en los rincones más apartados del corazón, el café ya está frío y el cigarro en el plato -como diría cualquier poeta ausente-. Es tarde -lo vuelvo a repetir- a estas alturas me he olvidado de horarios, de mañanas o de tardes, de días o noches que pasan rondando nuestra esquina. He notado que mi vida se mide por tus deseos que vienen a mí desde allá, más allá de mis fronteras -territorio tuyo- y todo me desconcierta, me desata el deseo que tengo de ti, el ansia de poseer algo más que tu cuerpo, -algunos dicen que el alma-, yo sólo digo que no lo entiendo.
Y es tanto que no lo entiendo, que necesito de tu olor en mi cuello, necesito tu mirada en mis ojos, tu lengua en mi boca para medir lo que digo, necesito algo más que unos momentos o unas palabras que digan: “te quiero”.
El amor es el mar de tus brazos -tan inmenso-, la silueta de tu cuerpo entre las sábanas, ese lenguaje destinado al placer después de hacerlo, es el murmullo de tu voz que despierta, el viaje pasajero de tus labios en mi piel y el mismo silencio cuando me miras.
Yo he dicho que no entiendo nada del amor, quizá después de todo, sólo pretendo cerrar mis ojos y callar que te amo…


Eugenio



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viernes, 2 de octubre de 2009

Sellaré mis ojos...

Sellaré mis ojos -es lo que decía la nota-,
los sellaré para no ver estos amaneceres,
estos días en los que no pasa la lluvia,
en los que se queda detenido el tiempo
entre los acordes de una música cualquiera.
Y todo se detendrá, las hojas en blanco,
las letras, la respiración, la luz,
tus horas que fueron mías,
esa luna y tú…

Eugenio


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martes, 8 de septiembre de 2009

Retrato

Habría que borrar aquellas olas
que se rompen contra el horizonte,
aquel sol a medio morir, rojo como la sangre
borrar ese cielo azul, inundado de estrellas.

Habría que borrar el viento, amante de tu pelo
y quitarte de ahí, de la orilla de la nostalgia,
borrar esas palmeras emborrachándose de la sombra lunar
y poco a poco olvidarte corazón.

Habría que dejar el recuerdo tuyo a un lado,
sacarlo del alma por los poros del cuerpo.
Olvidar ese vestido mecido por el deseo,
huir a la montaña detrás de ti y olvidarte
poco a poco corazón.


EBC
Agosto 14, 2006


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lunes, 24 de agosto de 2009

¿Por qué soñé que me amaba?

¿Por qué soñé que me amaba?
Si en la hora de la partida no volteó la vista atrás,
y en cada momento, en cada hoja de mi alma
su nombre estaba impreso y yo,
yo la amaba sin saberlo.

En las tardes en que el día acomodaba sus cenizas
para descansar
me veía y sonreía sin parar.
Lo que fue ya no regresó, ni será lo que sueño.
¿Qué dolor es este tan nuevo, tan cerca
tan distante?

En las noches en que mi cuerpo se extasiaba con su ser
la esperanza de tenerla siempre
se alejaba como ola en altamar.

La luna, siempre luna,
siempre bienhechora, siempre testigo de nosotros,
tan silenciosa como yo.
Al abrir sus pétalos, se me abría el corazón y
se quejaba y me quejaba fuerte,
enfermos los dos, de sueño,
heridos.

Y esto es todo,
un sueño el amor,
el vivir también es sueño,
y es sueño el soñar a que está,
y que allá a lo lejos, a donde el viento no llega
y el mar se cansa de tanto andar,
ella piensa en mí,
como yo,
soñé que me amaba…

¿Por qué es un sueño todo esto del amor?

Eugenio


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viernes, 14 de agosto de 2009

Siempre



Última palabra
que abarca tanto y tan poco
tan ligera como una hoja de otoño
que cae, tal reflexión es la vida,
y tan corta.

Te hablo
y guardas silencio, no me escuchas,
ojalá que un susurro te alimentara la boca,
tan sólo una palabra
quizá soledad,
melancolía,
quién sabe,
á lo mejor
el tiempo que siempre te avecina
al borde de un desencanto
o del dolor, o del amor,
tan sólo esa palabra sin significado
sin labios,
sin garganta,
sin sentido

Siempre,
que cosa tan fortuita, tan llena de gracia
que simula la eternidad,
las vidas de los humanos.
Que da amor y distancia,
perpetua cadena que se perpetúa en el tiempo
en estas olas de ansiedad de estar contigo,
de ser la luz que guía tu mano,
tus pupilas que dejan de llorar
a cántaros,
el himno que canta a tu animo.

Mundos internos -por separado-,
distancias que no se miden en tiempos
sino en regalos.
Indefinible quedaría insuficiente.
Amor es algo que va naciendo
y no madura.
Yo lo definiría con la palabra indescriptible
con algo que abarca más que un momento
más que un anhelo,
más que tú o yo mismo
yo diría... "siempre”.

Eugenio


(Poema improvisado en el MSN, hecho para una entrañable amiga... Salma
Septiembre 11 del 2008)

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sábado, 27 de junio de 2009

Ahora lo veo claro...

Ahora lo veo claro,
tenía que juntar las horas
o los días -o qué sé yo-,
da igual,
los años.

Tenía que juntarlos
para aprenderte,
para saber,
para entenderte.

Es cronológico,
palabra que alude a la lógica y al tiempo
-eso me parece-.
El amor que se madura
cual fruta de temporada ciega
y sin manos.

Y yo,
aún deseo que algún día
-de estos que están por venir-
vuelvas y me quieras…


Eugenio

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martes, 16 de junio de 2009

La lluvia y tú...

Sé que te pertenezco, enteramente
mientras manejo y escucho una canción,
mientras la lluvia cambia de humor
y se deja caer a ambos lados de la calle
y se oye el claxon de los autos
y la gente corre despavorida por el agua.

Sé que soy nada, sin tu compañía
que la noche se alarga y se despega del día,
y se aquieta rompiéndome la espalda.

Algún día sabrás que mis ojos no se cierran
si no estás aquí, que mis oídos se desgarran
haciéndose mil ecos tu voz, tu voz tan preciada,
que tus ojos tocan el aire y me abrazan,
y el humo del cigarro se queda
permanentemente oprimido a mi pecho.

Sé que soy un tonto, lo sé muy bien
mientras las velocidades se aminoran por el agua
y las gotas rompiéndose en mil cristales sobre el parabrisas
no dejan ver más allá de dos minutos de celo.

Las luces juguetonas se abalanzan unas con otras
y se rompen en lámparas multicolores,
en el vidrio.
Una que otra mentada de madre,
y todo vuelve a callarse, mientras yo pienso en ti.

En tu soledad debe haber miles de recuerdos
guardados para momentos impropios
como en los míos, mientras fumo y echo el humo
y sigo escuchando, callando,
la carretera, el agua, el frío, ésta dulce repetición
que se oculta bajo un charco en la calle
y que salta a cada caída de llanta.

Yo no sé qué me pasa
cuando todo está húmedo hasta la conciencia
y sigo manejando esta dulce contienda
de ser tuyo, y no tenerte…
a mi lado.

Eugenio




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domingo, 7 de junio de 2009

Ella

Ella,
irrumpió desprevenida,
toda la noche se dejó caer entre mis huesos.
En mi carne, su carne floreció como la tierra,
creció en mis pasos el destino incierto
de todos los tiempos.

Se ausenta de día,
quebrada, de luz quebrada como el cristal.
Lluvia de río que persigue la sequedad
de mis horas inciertas, afinidad que se vislumbra
apenas…

Yo soy ajeno al vino de su sangre
a la interrupción diáfana que se cuelga de sus pechos,
al ancho mundo de sus caderas,
al andar extraño de sus labios,
yo soy ajeno a todo ello.

Y sin embargo,
vive en mí desde el primer instante
en que nació a mi mirada,
desde el primer día en que tocó el cielo bajo mi piel
y mi mirada miró a través de sus ojos.

Yo era feliz con ella.

Pero mi mano tocó su ausencia
mi palabra no se explica lo que sale de mi boca
y entra cada noche al sueño aciago
entera, solícita, cubierta -como yo-, de sombras.
A veces despierto de madrugada
solo, sin nadie, solo…
sin esa interrupción que siempre me acompaña
en el sueño.

¿Por qué te sigo amando?

Eugenio


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miércoles, 3 de junio de 2009

El día

No tengo ganas de escribir y escribo
una letra, una palabra, lo que sea.
El tiempo vivo que se traspasa a la cara
y de ahí al viento.
El diario que-hacer olvidado entre el café
y un poco de pan
-tan amargo-.

El amanecer llega como siempre
o casi siempre que abro los ojos,
fuerza que me atrapa y estrella entre oquedades
dispuestas a verter su fuerza en mí.
En distintas ocasiones sueño a que soy algo,
instantes que reposan
en la caricia de una mujer,
que no es mi mujer, sino de tantos otros.

Hay olas y holas de gente extraña que se olvida
y al olvido en que se quedan, a ese olvido,
yo vuelvo cada tarde que se cae a mis pies.
Hay mares que acarician piedras y las vuelven arena,
así, debería pasar miles de días sentado sin mover un músculo
y entenderme.

El día se cuelga el manto de estrellas
a la espalda, el diario caminar de un camino que no termina
que se queda entre las pupilas acariciando luces lejanas,
fantasmas de un pasado que no termina de ser
entre las rejas del sueño
y en las letras de un nombre
perdido entre las sombras de un viejo farol
rompiendo la oscuridad entre la luz del nuevo amanecer…

Eugenio

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miércoles, 27 de mayo de 2009

El loco...

Me quedé pensando y en silencio
y entre todo ese laberinto de soledades
estabas tú…
Jajajaja, comencé a reír como un loco
tanto, que los vecinos se molestaron.

-¡cállate cabrón!, ¡cállate malnacido!

Gritaban unos y otros alzando la voz imperiosamente
desdeñando la posibilidad de mirarme a mí
contigo.

Desde entonces
el loco que había estado observándome
bajo las sombras
sale a paso redoblado por los jardines
por las míseras callejuelas que forman la ciudad
por mis ojos y los recuerdos
por mis adentros tan faltos de tu luz
por aquí, por allá.

Y soy yo, el que me miro lentamente
el que valiente desafía a la tarde
a la morada vacía de cada noche
a la vida…
porque la muerte ya no importa
ya no es lo mismo de antes.

¿Qué haría si no estuvieras tú,
con este mar que agoniza,
con esta espera velada que devora el tiempo
detrás de la puerta,
aguantando las horas, inmóvil
hasta que te encuentro.
Qué haría yo contigo,
en el laberinto de mi locura?

Eugenio


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miércoles, 20 de mayo de 2009

Para matarme...

Para matarme,
déjame tendido en el cuarto de abajo
donde la razón no existe
y el frío llega sigiloso entre sombras.

Yo sé lo que eres,
razón de un suspiro quedándose atorado
entre los minutos que se alejan en mis manos,
entre la llama tibia del alma que crece
y se acomoda entre el vaivén del tiempo,
yo sé lo que eres.

Para matarme,
déjame solo allá, donde se cuece el olvido
y no digas palabra alguna, no mires, no hables,
sólo déjame en el sinsentido, en un cuarto a solas
conmigo mismo.

Yo sé lo que soy,
un mortal de la memoria
recuerdo -diría en alguna ocasión olvidada-,
la mano que gira la cerradura de tu piel cansada
de la soledad entre las piernas,
yo sé lo que soy.

Y me conozco y te conozco
y sé, que me dejarás vivir…

Eugenio


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domingo, 17 de mayo de 2009

En la orilla del agua...

En la orilla del agua estaba su pelo
y decía sin saberlo
en su mirada de pájaro al vuelo:
-Mírame, bésame, deseo-

¿Con qué fuerza crece la raíz del árbol,
con qué fuerza penetra en la tierra,
cobija natural de toda vida?
Con qué fuerza penetras en mí
en la tierra que hace de mi vientre,
mi alma

En la sombra del agua como tantas veces,
estaba su canto,
inmemorial melodía entre los rayos del olvido
y de un sol caucásico que nubla miradas
a través de gotas de rocío.

¿Qué se puede decir cuando se hace el surco,
qué, cuando se abre la tierra de tu abdomen materno,
y cae el rayo y el trueno se hace oír en las infinidades
del arbitrario cielo,
y el agua brota inacabable, insaciable de la sed de amor
que tengo?

Sólo el silencio es lenguaje aceptado
diciente de infinitas lenguas que no terminan,
nunca acaban.

En la orilla del agua estaba la soledad
pintada de labios de carmín
y al borde de las cosas que digo,
no había nadie más, sólo estabas tú,
sólo estabas tú…

Eugenio


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martes, 12 de mayo de 2009

Amaneciendo en ti...

Te amaneces,
siempre te amaneces de la misma forma
y a mí me gusta.
Me gusta contemplarte sencilla,
despeinada, con el sabor reciente del sueño
entre los ojos, sedienta, de labios sedientos
de mi boca.

Te amaneces con el sol que nos cubre,
con tu boca que despierta
al unísono de miles de unicornios
o de hadas fantásticas que te toman las sienes
y te hacen decir “te amo”.

Yo no soy nadie, apenas tus ojos que me miran
y que se tallan en los haces de luz
que invaden la recámara y bostezan

y quedan quietos, en silencio,
mar adentro de tus propios horizontes.

Te dejas caer de nuevo
en el sueño en que solitario te atrapas
y es lo único que puedo ver de ti,
sin ocultar tu frente, dormida a unos instantes de mí,
sobre mi cuerpo en tu vientre que no cesa.

Yo puedo regalarte, dejarte caer entre las manos
las sudorosas horas en que me excitas,
en que presurosa te entregas soñando, vertiendo

tu piel en mi piel, mientras duermes.

Toda una vida es esta,
no me refiero al pequeño instante en que ausente sueñas,
ni a la insistente sonrisa con la que siempre me recibes,
ni a tus ojos, ni a tu boca, ni a tus manos moldeadoras
de este arte invisible que es el amor…

Me refiero simple y llanamente
a lo que provocas en mi corazón.

Eugenio


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miércoles, 6 de mayo de 2009

Eigthies Bar (Conclusión)

Quizá la gente muera de alegría, no puedo asegurarlo, sin embargo pienso que es más fácil morir de tristeza, muchos lo hacen. En cuanto al final de este relato, traté de hacerlo de la mejor manera posible, quizá quería decir que el hombre no murió, pero los fríos barrotes de la celda en que me encontraba me regresaron a la realidad y sólo traté de reproducir lo que el personaje de aquella tarde me contó, por suerte siempre he traído lápiz y papel entre mis ropas, eso me ayudó para que los policías que me “basculearon” –como decimos aquí– no me los encontraran.
Esta noche en los separos de una delegación de la ciudad, es la más terrible de las que haya tenido en mi vida hasta ahora. Parado, sin poderme sentar porque se me pega algún pedazo de excremento dejado por ahí u orín, he encontrado al fin un lugar para escribir, con el fétido olor a vómito de borracho he lidiado toda la noche compartiendo la celda con tres personas más. Una celda de cuatro por cuatro, y después de estar meditando en todo lo que pasó hoy en que conocí a ese hombre y al que le debo estar aquí, he resuelto contar el final y lo que tuve que pasar para llegar a esta instancia.
Al finalizar la historia de su amigo, el hombre y yo guardamos silencio, yo pensando si creerle o no, él quizá pensando en si le creía. Después de unos minutos se levantó y me dijo que iba al baño. Yo tenía algunas preguntas que hacerle, por ejemplo: ¿cómo es posible que una persona se enamore de su tristeza? o bien, si la felicidad es lo mejor que hay en el mundo ¿por qué detrás de todo hay una tristeza inherente al corazón?, ¿tendremos que mirar dentro de nosotros para saber que ahí está? Y algunas preguntas más que me dejaron con muchas cosas por averiguar.
En el asiento el hombre había dejado sus cosas a excepción del abrigo y los libros, en un momento dado se me hizo extraño el suceso pero no le di importancia, me puse a mirar a la gente que pasaba por la calle y así estuve por varios minutos, el mesero se acerco a ofrecerme otra copa, lo cual acepté y me sirvió de nuevo, volteé mi cabeza y recorrí el bar con la mirada, había ya varias personas en él, la música comenzaba a escucharse más alto.
Quince minutos y el hombre no salía, comencé a inquietarme, hasta que por fin las ganas de mear fueron superiores a mí, así que me paré y me dirigí al baño, quizá podría de esta forma despedirme de él, que pagase la cuenta y retirarme a casa.
Grande fue mi sorpresa, ¡el baño estaba vacío!, no había nadie y todas las puertas de los inodoros estaban abiertas, ¡nadie!, ni huella había quedado.
–Pero, ¿cómo es posible?, ¡si no he dejado de observar la entrada!–, me dije muy sorprendido y enojado a la vez –Y ahora, ¿qué hago?–, me pregunté a mi mismo con un nerviosismo que aumentaba a cada momento, estaba metido en líos.
–¿Cómo que no tiene para pagar? –Me preguntó el mesero muy enojado–, pues tendrá que hacerlo si no, llamo a la patrulla y con ellos nos arreglaremos, ¿algo de valor que tenga que pueda dejarme hasta que pague?
Recuerdo que mi celular lo había abaratado precisamente esa mañana y que sólo me habían pagado con lo necesario para ir y venir a la entrevista de trabajo, en mis bolsillos no había ni una tarjeta de teléfono y aunque la tuviera, ¿a quién le hablaría? si no me acordaba de los números de mis amigos, ¡todo estaba en el maldito celular!, esa manía de no apuntar los más importantes porque están en la memoria del teléfono.
Tampoco me creyó cuando le dije que había entrado con el hombre de negro, según él yo había entrado solo y había pedido los tequilas por mi cuenta, pero el sombrero seguía ahí, como descansando en el asiento de mi “amigo”, ¿cómo podría explicar eso?, el policía al igual que el mesero, no me creyó, ni la juez que estaba de servicio aquella noche, así que me encerraron hasta el amanecer en estos “separos”, acompañando a tres gentes, un hombre, una mujer y un afeminado que no para de llorar.
Miro las paredes, todas pintadas con leyendas vulgares, algunas muy singulares como: “Puto el que se siente aquí” o “aquí estuvo tu madre güey” y lindezas por el estilo, dibujos obscenos y alguna que otra raya en señal de una cuenta que nunca terminó. Espero que mañana no tenga que caminar mucho a mi casa porque el único dinero que me quedaba se lo quedó el policía al entrar aquí, y es seguro que ya no me será devuelto o quién sabe...
Aún pienso en el sombrero y en la sombrilla que me imagino es el bastón que usaba el hombre de negro, y que me esperan a la salida, porque según el mesero los traía yo puestos y me pertenecían...

Eugenio
Eighties Bar

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sábado, 2 de mayo de 2009

Yo me recuerdo a veces


Yo me recuerdo a veces
y recuerdo
que no soy lo que suelo creer de mí.

Me vuelve una nostalgia
de no sé donde,
de adentro de mí, del cuerpo,
del alma que apenas sobrevive
entre las migajas de ternura
que aún tiene
y lo moja todo,
llevándolo al naufragio de unas horas.

Yo no soy lo que recuerdo de mí.

A veces como tuyo,
me recuerdo
y sé que soy de ti, del principio de tus labios
de tu deseo incesante que me brota por los poros
y me parte la médula con rayos de luz.

Y te amo,
rayo de aurora que brota por las sienes
y se clava en el corazón.

Desgarras las horas,
en que me haces falta.

Eugenio



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lunes, 13 de abril de 2009

Dos lápices


Dos lápices...

Uno dibuja tu rostro,
tu rostro despierto que se cruza entre mis sueños,
la hoja que cae eternamente, y corta el viento.
La tarde se mece, se acuesta entre las montañas
que figuran en tu pecho, la tarde,
la tarde dibuja tu cuerpo.

El otro es solo una mano
que te escribe a todas horas y canta
y llora líneas figuradas en el amanecer...

de tus labios.

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viernes, 10 de abril de 2009

Coso (Dueto con Abstrusa)


Hay que secarse al tiempo
dejar que las alas levanten el vuelo

.........admitir que los sueños

.......................son una posibilidad
y permitirse morir un rato,

.................respirar el silencio de los cuerpos

nada se me ocurre más que eso
dejarse arrastrar por el mundo...

en tus manos.


abstrusa
Eugenio

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Eighties Bar (Capítulo IX)

Mientras la mujer hablaba, yo sentía una opresión terrible en el pecho, como si sus palabras fueran manos y entrarán en mi carne con un dolor ciego a apretarme el alma.
–Te he esperado por mucho tiempo –Continuó la mujer con una mirada llena de ternura y tristeza a la vez–. Te he amado, siempre en silencio y cada vez que sonreías a alguien yo estaba ahí contigo, detrás de tu alma, pero no tú me veías y siempre me relegabas a un segundo plano, mírame ahora, ¿acaso no te gusto?, ¿acaso no sientes ganas de tomarme en tus brazos para siempre?, ven y en mi hallarás el consuelo para tu soledad.
Esas fueron sus palabras, luego vino el silencio y todo comenzó a dar vueltas a mi alrededor, ser deseado por alguien como esta mujer me llenaba por completo y este deseo era diferente al que hasta ahora había sentido por alguien, después todo comenzó a perder el sentido, mi esencia comenzó a evaporarse como el agua, me sentí borracho de nuevo, sentí el hambre que devoraba mis entrañas, sentí esa necesidad de ser aceptado en todas partes, sentí también la soledad de los muros de mi estancia, en aquellas plantas al pie de la escalera, en esos colores que siempre me habían parecido alegres y que ahora perdían todo sentido, sentí la presencia del hombre en mi interior que quería brotar y arrancar todo de tajo, sentí la necesidad de abandonar la vida por esa mujer.
–Se cuanto me deseas, pero te rehúsas a demostrármelo, ¿no es cierto? –Prosiguió la mujer– el deseo siempre brota por los ojos y tus ojos hablan de lo que quieres, ven.
–¿Eres hermosa mujer, y un hombre no se resistiría a tus encantos –Contesté, en ese instante mi corazón se inundo de nostalgia, lloraría por siempre, ésta no me abandonaría ya jamás, nunca más.
–Seré tuya y tu hambre desaparecerá, tú serás mío y ya no nos dejaremos. Come de las frutas de mi árbol, come de mí, hasta saciar tu hambre.
Todo parecía perder el sentido, no entendía muy bien las palabras de esta extraña mujer ni entendía su propósito. Después todo pasó muy rápido, entonces comprendí el deseo de Adán por Eva, comprendí que el pecado original es el amor y me sentí triste de carecer de él. Es cierto, me había ganado el cielo pero, ¿de que vale el cielo si no tengo amor?, ese pecado es lo que nos hace sentir humanos, es un sentimiento que ni el mismo creador puede salvarse de él.
Volví hacía la mujer una y otra vez, ella estaba ante mí y sus manos agarraban las mías llevándolas a su talle, esas manos, cual palomas aferradas al aire de la tarde, me indicaban el camino, ella sonreía con una especial ternura. Recorrí su cuerpo entonces, con una avidez inaudita, la desnudé poco a poco, y mis labios saboreaban aquella fruta prohibida que colmaba mi cuerpo, ya con el deseo irrefrenable del sexo, ya con el deseo de amar y sr amado. Nuestras bocas se juntaron en un beso interminable y no supe ya de mi cordura. Mi deseo fue expresado en su máximo esplendor, dejándome llevar hasta perder la razón, entendí que la serpiente estaba con nosotros y su veneno ensartaba nuestro corazón y los juntaba, nos amamos entonces ahí mismo bajo el árbol y después, mis manos cansadas de recorrer su cuerpo quedaron inertes con mis ansias y mi hambre satisfechas.
Cansados, mis ojos se posaron en los suyos y ese especial brillo que tenían se apoderó de mis adentros, al mismo tiempo la negrura que me había llevado ahí, se despertó inclemente como esperando el preciso instante para hacerme el hombre más infeliz del mundo, porque me arrebató de sus brazos y de su imagen, llevándome de nuevo a mi cuarto. Desperté entonces, como un hombre que, quebrado del sueño levanta aún adormilado y quiere regresar a él pero le es imposible y sólo se conforma con los recuerdos, quizá sólo fue eso, un sueño pero en todos estos días no he dejado de pensar en aquella mujer, aún su tristeza está en mi alma y no lo entiendo aún, pero sé que ya no nos separaremos nunca más.
El hombre extraño, volvió muchas veces, siempre en la noche y siempre me llevó al mismo lugar con ella, supe desde entonces que mi vida le pertenecía y que ya no era mía. Esa es la razón que me ha traído a esta posición, ahora no sé qué hacer, quiero estar con ella por siempre...
Habíamos pactado un encuentro en la facultad –Continuó el hombre en un tono diferente al que había utilizado para narrar la historia–, al no llegar fui a buscarlo y lo encontré muerto, colgado como ya te lo dije antes. Dos lágrimas encontré en su rostro. Creo que no resistió la tristeza de no verla más, a sus pies, sobra la cama había una nota dirigida a mí, quizá sabía que lo iría a buscar, en ella cuenta que esa misma noche recibió la visita de esa mujer, le reveló su nombre el cual no escribió, que la amó una vez más y al final ella le dijo que ya no la vería, hasta que la muerte llegara por ambos.
He hecho conjeturas desde entonces, creo que el nombre de la mujer es “tristeza” y que por la forma de morir de él, no pudo seguirla, tenía que buscar otro camino y llegar así a donde ella se encontraba, de esta forma vaga por el tiempo llevando consuelo a los desesperados y dejándoles su experiencia para que cada uno saque de ella el mayor provecho que pueda. Yo lo he visto alguna vez. Debo confesar también que aquél día, cuando lo encontré, hallé un sombrero igual al que me había contado que usaba el hombre, ese sombrero junto al bastón se encontraban sobre la cama.
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jueves, 26 de marzo de 2009

Eighties Bar (Capítulo VIII)

Lo que te cuento sucedió en días seguidos, cada noche el sueño se repetía y parecía convertirse en una realidad constante, a la que siempre se le añadía algo nuevo. Era –según mi amigo–, como una manera de vivir dos vidas al mismo tiempo. Lo misterioso del asunto fue que al despertar del primer día, aún con los malestares del exceso de alcohol en el cuerpo se dio cuenta que el hombre ya no estaba, pensó que sólo había sido un mal sueño, pero no era así, al voltear hacía un lado encontró el sombrero y el bastón que aquel ser usaba al momento de conocerlo, los había dejado en la cama, era como un recuerdo, y cada mañana, amanecían siempre en el mismo lugar.
Yo seguía en silencio, trataba de mirar a los ojos de mi compañero, mi razonamiento discernía entre creer o no creer, pensaba que la historia no pasaría más allá de un simple relato digno de ser contado en alguna reunión, pero algo en el fondo me decía que esperara hasta oírla completa, le di un pequeño sorbo a mi bebida y me dispuse a escuchar el relato de nuevo –Adelante– le dije reacomodándome en la silla.
–Llegué por fin al parque –Me dijo mi amigo–. Había muchas bancas, algunas de madera otras de hierro, dispuestas alrededor del árbol y un poco más alejadas en las orillas del camino formando dos círculos, uno dentro del otro, en las bancas había mucha gente que me miraba y hablaban entre ellos, el árbol era muy grande y tenía frutos, diferentes frutos. Recuerdo que la gente me miraba despectivamente y hablaba de mi forma de vivir, de parranda en parranda, malgastando mi dinero en cosas triviales, algunos decían que era un vago sin oficio ni beneficio y así seguían en un ritmo vertiginoso pero, ¿qué les importaba?, la gente crítica aquello que no conoce y así es feliz. El ruido de sus voces se elevaba cada vez más hasta que se hizo un fuerte rumor inentendible.
Comencé a confundir ese sonido con el canto ya conocido de las cigarras que no me dejaba dormir varias noches antes. Después guardaban silencio como descansando para luego retomar las fuertes críticas en un oleaje interminable de murmullos. Comencé a caminar por el jardín, cuando así lo hice las gentes comenzaron a marcharse horrorizadas por mi presencia hasta que todo quedó desierto y la paz que tanto deseaba vino a mi encuentro. En aquel momento sentí la soledad y ésta entró en mi corazón y en mi entendimiento, como si fuera el mismo aire que me trajera todo aquello, sentí hambre, un hambre extraña que no puedo precisar ya cada momento se hacía más y más intensa, como un dolor que crece y crece sordamente hasta matarte.
Y entonces pasó, el viento cesó de repente, el silencio se hizo más agudo, los olores de las frutas desaparecieron y mi hambre seguía en aumento, tanto que no me di cuenta cuando la mujer llegó. Solo la vi y era realmente hermosa, la más hermosa mujer que haya visto jamás, sus pies pequeños calzados por unas sandalias ligeras, blancas margaritas que hacían sus pies y todo esto hacía contraste con su piel canela, el vuelo del vestido le llegaba hasta las rodillas y se mecía a su voluntad mientras caminaba, rojo como la sangre, hacía resaltar el color de su piel en la cara y en sus pechos, no sé, había algo que me atraía hacía ella sin remedio, sus brazos eran como palomas al vuelo, libres como el viento y como el viento se movían a placer de su dueña, sus manos tan bien cuidadas que supuse estaban hechas para amar, su pelo parecía una cascada de noche que caía a sus espaldas, tan frágil, parecía en ese momento como las ramas de los árboles cuando las mece el viento, no sé nada más, es tan hermoso su rostro, que no existen palabras para describirlo, sólo puedo decir que en sus ojos brillaban dos estrellas que parecían lágrimas, pero su sonrisa no tenía comparación y se mostraba feliz de estar ahí, la nostalgia me cubrió entonces porque esa mujer a pesar de su felicidad irradiaba superflua, tenía una tristeza en el alma, toda ella parecía estar cubierta por reflejos de agua.
–¿Tienes hambre? –Me preguntó con una voz celestial, y mi corazón terminó estallando en aquel momento.

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jueves, 19 de marzo de 2009

Aquí me hallo


Aquí me hallo
donde nada ha pasado
donde comienza la miel de tus labios
y termino yo, enamorado.

La senda interminable, interminables pasos
que soy, que he dado.
Aquí me hallo recorriendo mundos
inciertos y lejanos.

Aquí, estamos sentados
y comienza la noche del día
en que comenzamos.
La luz se engrandece y toca el aire
y las pupilas se abren.
Delicioso este gozar a tentarte
entre mis manos y el aire.

Aquí me hallo,
donde todo es posible
tu cuerpo invisible me lo pide a gritos y arde.
Corazón que enmarca las horas.
Tu vientre que arde.
En mis manos tu piel resbala
gota de agua, alarde.

Aquí me hallo
donde tus pies amorosos se detienen.
En las horas más extensas del amor
se arrullan, se duermen.

Aquí me halló y me quedé quieto
y en silencio y llorando.
¿Por qué lloras? –me preguntó-
porque tú estás aquí y yo, te estoy amando...


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lunes, 16 de marzo de 2009

Eighties Bar (Capítulo VII)

–Amigo mío estas desperdiciando tu vida –Comenzó diciendo–. Estoy aquí para enfrentarte a lo que tienes miedo, sé que aparentas ser feliz pero, ¿te has preguntado a qué se debe esa felicidad?, ¿qué rostro es reflejado en tu yo interno?, quizá la felicidad no sea más que una máscara para lo que realmente llevas dentro.
Sentí su mano sobre mi frente, obligándome a cerrar los ojos, la sombra que me hizo ver y el ruido de las cigarras comenzaron a hacerse más y más grande, el alcohol también colaboraba aturdiéndome cada vez más hasta que perdí la noción del tiempo y del espacio y por fin, las estrellas en la noche comenzaron a apagarse dando paso a la oscuridad absoluta y las sombras ya sin oposición, cubrieron lo poco que tenía de conciencia.
Nunca olvidaré aquella noche en mi recámara mientras tenga vida, no sé si fue un sueño, o realmente viví aquello. Esas sombras cada vez más densas tanto, que no podía ver las cosas a mi alrededor, ya no podía oír el canto de las cigarras, que se iba y retornaba a mis oídos a placer ajenos a mí. El tiempo como nunca antes lo había sentido, se hizo indefinido llevándome por sensaciones que nunca había tenido, hasta que una luz lastimó mis ojos y cuando pude recuperar la conciencia el lugar donde me encontraba era distinto, era en un campo inmenso, tan grande que mis ojos no lo alcanzaban a medir con precisión. A veces creo que la vista termina en el horizonte y comienza en el mismo lugar, creo que de la misma forma es la vida. A un lado mío se encontraba el hombre de la noche anterior, sentado sobre el tronco aserrado de un árbol, a nuestro alrededor se podía observar varias y pequeñas colinas, con muchos árboles. Estábamos a la mitad de un camino delineado por apenas unas cuantas piedras a ambos lados, el sol tímidamente alumbraba nuestras cabezas y el sendero se ampliaba en lugar en el que estábamos formando un semicírculo y continuaba a ambos lados, de frente y hacía atrás.
–Andando –Dijo el hombre–, de este lado, –Señaló con un brazo–, se encuentra el pasado, lleno de recuerdos vivientes que respiran en tu memoria. Y para este otro, –dijo señalando el lado contrario– lo que eres, si ya sé, debería estar el futuro, pero el futuro no existe. En cambio, el presente se plasma más nítido que nunca, y por ese lado es por donde andaremos.
–Es extraño el sueño –Comenté interrumpiéndolo nuevamente–, ¿Realmente no sé que pensar, tú, qué crees que haya sucedido en verdad?, yo soy más práctico y eso de soñar e imaginar cosas no se me da mucho.
–No sé si sea realidad o mentira, pero lo que me contó es tan posible como el cambio que él sufrió después de aquello, yo comencé a dudar después de ver con mis propios ojos algunos sucesos que pasaron después. Déjame seguir contando la historia.
Observé la calle a través de la ventana, la tarde ya estaba envejeciendo y las primeras lámparas y estrellas no tardarían en encenderse para iluminar a la gente que, presurosa –como en todas las ciudades– se dirigían a un destino incierto, la lluvia había cesado desde hacía un buen rato y yo, sumergido en la historia de mi inesperado compañero no me había dado cuenta del paso del tiempo. Mi pensamiento fue interrumpido por el mesero que nos preguntó si queríamos algo más de beber, a lo que respondimos negativamente. Nuestras copas apenas se habían vaciado a la mitad. La gente comenzaba a llenar el bar a esa hora.
–Continuemos entonces –Dije y me dispuse a terminar de escuchar la historia que en realidad solo me parecía un cuento fantástico. –Comencé a caminar –Me dijo mi amigo– en la dirección que me había indicado el hombre, parecía que el camino no tenía fin. Había senderos a ambos lados que salían –o entraban– al camino principal, las nubes flotaban en un cielo azul que no había visto en lugar alguno. El camino por el que iba se ensanchaba en algunos lugares y en algunos otros se volvía muy estrecho, pasé algunas colinas y al llegar a la cima de una de ellas, vi un gran árbol en medio de un gran parque, el camino me llevaba poco a poco hasta allá.
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miércoles, 11 de marzo de 2009

Podría ser

Podría ser,
que siempre me devuelvo de la puerta .
A veces corro antes de tiempo
y tarde me detengo, como en madrugadas
de insomnio “a-zu-lado”.
Me costaba pensar en este “del diario”,
en la sombra continua de mis deberes en la escuela.
A veces me gustaba pensar en chiquillas
lentas y bellas, pequeñas faldas apresuradas al colegio y al amor,
puede ser que todo ello llene mi pasado,
porque conmemoro cada siglo en cada respiro
y el caer de las hojas de este cuaderno
entre las plumas de pájaros inexistentes
e imaginarios.

Podría ser,
que me devuelvo de tus labios
que mis brazos se extienden como raíces
para desearte completa, sin miramientos ni obsesiones
y que ese velo extendido de atrás de tu espalda
me cae partido entre los hombros,
desnudos.
Yo no me explico esto de tu amor,
siempre he sido corto en la memoria
cuando las lluvias de otoño o de primavera me asaltan,
tras la ventana.

Podría ser,
que tengo miedo del amor, de sentir
aquella reja en las mañanas de frío.
Puede ser, ¿por qué no?
Yo no sé de quién no ha temido a amar
simplemente por amar.
Todo se me junta en estos lapsos de vacío
la soledad, el amor, la tristeza con halo relampagueante de luz
y se iluminan los sentidos y quedo entonces despierto,
en medio del cuarto, en medio de mí, en medio de ti…


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lunes, 9 de marzo de 2009

Eighties Bar (Capítulo VI)

–Está bien, lo haré –Dijo el hombre comenzando su relato. Yo me sentía ya en total confianza, no sabía si por efecto del alcohol o bien por haber contado lo que me ocasionaba gran pesar horas antes. La desesperación se había quedado atrás, era como si todo quedará en un pasado muy lejano y que se quedará ahí, aunque fuera solo unos días, en los que sin duda tendría que pedir prestado o bien empeñar las últimas cosas que me quedaban y sobrevivir.
–Lo conocí hace tiempo en una convención de nuestra facultad –Continuó mi compañero–, tenía un encanto particular porque siempre mantenía una sonrisa a flor de piel y hacía sonreír a los demás, su popularidad era muy grande entre las mujeres y se justificaba porque era bien parecido. Yo había pensado que el amor ere el más bello y noble de los sentimientos, ahora me doy cuenta que no es así, el amor es tan intenso que te puede llevar a la perdición o bien a la locura, al infierno o a la gloria, por lo tanto a mi parecer, hay un sentimiento que lo sobrepasa, la amistad, este sentimiento es lo más bello que existe porque en él dejas todo de ti sin esperar a ser correspondido, el amor si espera a ser correspondido y no existe si no es alimentado en la misma forma, es egoísta. Mi amigo daba su amistad sin ver a quién, ¿podrías contar el número de amigos que encuentras a lo largo de tu vida?, yo creo que sí.
Fuimos juntos a muchas fiestas, estudiamos juntos mucho tiempo y para muchos exámenes y siempre nos ayudábamos con las mujeres. Pero un día él comenzó a cambiar, su mirada se perdía entre los horizontes que se formaban en sus adentros, entre los interminables minutos de silencio que lo volvían loco a veces, me excluía de su universo. Hubo semanas que pasaba en esa misma situación. Hasta que un día le pregunté que le pasaba, le dije que podía confiar en mí, que si tenía un secreto por el que había cambiado tanto me lo podía decir, después de meditarlo demasiado, esto fue lo que me dijo:
–¿Has visto tu interior?, ¿Sabes lo que pasa ahí?, yo sé lo que pasa en el mío, te contaré lo que me pasó hace algunas semanas y que me sigue atormentando. Una madrugada en que llegaba de una fiesta y que por cierto había tomado más de la cuenta, en la puerta de mi casa me encontré a un hombre vestido de traje, llevaba un bastón en la mano y usaba un sombrero.
–Seguro eras tú – le dije de momento y sin pensar, interrumpiéndolo.
–Déjame terminar el relato y luego me preguntas lo que quieras –Terció sin darle importancia al hecho.
– ¡Perdón! –Dije un poco apenado, continúa.
–Al principio me extrañó la presencia del hombre, sonreía tan raramente que me estremeció –Dijo, continuando con el relato–. ¿Le puedo servir en algo?, le pregunté y sólo se limitó a agudizar su sonrisa y mirarme, su mirada atravesó la oscuridad de la noche y penetró en mis ojos un poco cegados por el alcohol dejándome una sensación tan rara, como su sonrisa, me quedé en silencio yo también, pero momentos después mientras trataba de abrir la cerradura escuche su voz que me decía –permítame ayudarle.
Al momento reconocí esa voz, esa voz era ¡la mía en verdad!, no sé, la noté un poco mayor que la mía, como si eso pudiera ser posible.
–Déjeme ayudarle –volvió a repetir el hombre cortésmente–, me gustaría hablar con usted, es un asunto muy importante y quizá nos beneficie a los dos.
Me quedé sin palabras y sólo atiné a dejarle hacer, cuando hubo abierto la puerta entramos los dos en la casa. Cómo ya sabes mi casa es un poco amplia, mis padres no viven conmigo y gracias a ellos me encuentro en la mayor comodidad posible así que, cruzamos el recibidor y la sala, había algo en el ambiente y esa noche me pareció percibirlo en las paredes, vi los cuadros, las plantas que había puesto en el pasillo y que llevaba a las escaleras allá en el fondo, la soledad se me presentaba de golpe, esa misma soledad en que se encontraban y en la que me encontraba yo mismo, ¡mi soledad!, vi esa recriminación en silencio de darle vida y uso a todo aquello que poseía y dejarlo todo en abandono al mismo tiempo, pero sólo fue un momento, tú sabes que el alcohol a veces nos juega malas pasadas y tiende a amplificar todo sentimiento, derrumba las barreras de la conciencia y las percepciones que tenemos del mundo cambian, ¡pobre de mi! aún no sabía lo que aquélla noche me esperaba y lo que viviría instantes después.
Subimos a la recámara, recuerdo bien lo que pasó esa noche pero el alcohol y el sueño comenzaban a dominarme más profundamente, en el último peldaño el hombre me ayudó a evitar una caída y ya en mi cuarto me senté en la cama y el tomó una silla en la que se sentó sin más, dejando encima de la cama su sombrero y su bastón. El silencio se hizo pesado entre los dos, sólo se escuchaba el sonido del viento, mezclado con el canto de las cigarras. Ese pequeño ruido se fue haciendo cada vez más intenso, como si con ello se remarcarán los segundos de silencio que pasamos frente a frente aquel hombre y yo, en el fondo sabía que era algo en mí, como alguna alucinación o algún sueño retrasado de la noche anterior. No podía explicarlo muy bien, no en esas condiciones y el ruido de las cigarras escondidas en el jardín se hacía cada vez más fuerte, creí que estaba a punto de desmayarme cuando el hombre habló con esa voz que era la mía.

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viernes, 6 de marzo de 2009

Mujer.


En todas partes escondida o mirando,
dejándose ver, una mujer.
En la palabra que no se dice
o en la que se pronuncia despacio
saboreando el primer instante en que se piensa:
“Mujer”.
Sentimiento que juega a ser carne y amor
página que no termina de dar la vuelta
tiempo escondido entre mis tiempos
sueños que se quedan velando en la almohada
y se logran al despuntar el alba.

Mujer,
no eres rosa, ni violeta, ni orquídea, ni espina
no eres nada de eso
eres mujer, mujer de carne y hueso, humana,
aire que revienta en la dulce sensación del beso,
en la caricia fortuita de manos ajenas.

Hay una mujer en todas partes
ya lo dijo el poeta, mujer de risueño contacto
sirenas tambaleándose en altamar
pensando en príncipes perdidos
hallándose siempre en el fondo de un jardín prohibido.

Misterio,
miradas que muestran el universo
ya no puedo decir más, o ¿qué podría decir?
Si mil palabras no bastarían, ni infinidad de poemas
que se trazan en el corazón,
sólo sentirlas y comprenderlas y decir siempre
una misma palabra:
“Mujer”.
Este 8 de marzo, felicidades a todas las mujeres en el mundo
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martes, 3 de marzo de 2009

Nos debemos...

Darío de Regoyos (1857-1913)
Aún nos debemos…

Nos debemos esas ansias olvidadas en un rincón
los recuerdos blindados que no tenemos,
el ahorita en cada momento, los brazos, los labios,
el corazón,
los mares de razonamientos inconclusos,
locuras amarradas al pestillo de la puerta,
las huidas a escondidas, el cigarro en cualquier farol.

Nos debemos tú y yo,
como si nos perteneciéramos,
esclavos de nuestros propios cuerpos,
sencillas jaulas hechas para nacer al amor,
donde se esconde el hacer de las madrugadas
tendenciosas, tercas al silencio,
nos debemos la huella de tu falda sobre mi pantalón.

Nos debemos tú y yo,
no hay más que eso,
en el amor…


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lunes, 2 de marzo de 2009

Eighties Bar (Capítulo V)

– ¿Sabes algo sobre servidores? –Comenzó a preguntar la mujer–, ¿Sobre redes LAN, WAN?, ¿sobre conmutadores?, ¿CCTV?
–Si, también tengo el noventa por ciento de inglés y conozco algo de radiofrecuencia.
–Ya veo –Dijo en un tono cada vez más molesto–, pero nosotros estamos solicitando un ingeniero en sistemas, no un ingeniero en comunicaciones y electrónica, ¿quién te informó sobre el puesto?
–Un amigo.
–Pues tu amigo te informó mal –Agregó, casi con una sonrisa de triunfo en el rostro–, no cumples con el perfil que estamos solicitando, lo que necesitamos es un Ingeniero en Informática, lo único que puedo hacer es mantener tu currículo en cartera por si llegáramos a solicitar a un “Ingeniero en comunicaciones y electrónica”, pero no creo. –Agregó, recalcándomelo en el rostro–.
Fue como si una bofetada cruzara mi rostro, sentí ganas de golpear a aquella mujer, no sé como pude contenerme, el coraje me impidió hablar y decirle unas cuantas groserías, supongo que ella notó mi enojo porque se quedó mirándome unos momentos, después de los cuales y sin poderme contener, le pregunté si ella conocía el respeto hacía el prójimo, hacía su carrera –Si es que la tenía–.
–Te voy a decir algo –Contestó tranquilamente–, en este mundo laboral, donde si no tienes amigos dentro de cualquier empresa o bien si no te mueves conociendo gente y apoyándote en ellos no creces, no tanto por tu capacidad, ni por lo que hagas o dejes de hacer, si no por las relaciones que puedas hacer y mantener.
Me quedé sorprendido, en todas las entrevistas que hasta el momento había tenido, las personas que me atendieron me trataron de una forma que inspiraba confianza y cortesía para conmigo. Mi coraje siguió en aumento, pero sentía el peligro de hacer algo incorrecto o meterme en un gran lío si llegaba a decirle algo incorrecto a esta mujer que estaba completamente equivocada de lo que una profesión es y sobre todo equivocada en la forma de tratar al personal.
–Señorita, ¿Es usted licenciada? –Le pregunté sin más–, una extraña corazonada me palpitaba en las sienes.
–¡Cómo se atreve!, –Fue lo único que dijo, el rostro se le pinto de mil colores distintos, creo que este día mi corazonada no pudo ser más acertada que antes. No dije más y me dí por bien servido con ello.
La mujer comenzó a llamar a seguridad para que me sacaran de ahí, enfrente de mi rompió mi currículo y comenzó a decirme el trabajo que le había costado llegar a ese puesto, el tiempo que había tardado en conseguirlo, que ella no estaba mendigando por un trabajo –como yo–, e infinidad de sutilezas más, pero ya nada me afectaba, la satisfacción de haber puesto el dedo en la llaga iba más allá que sus insultos.
–No se moleste, no me gustaría trabajar en esta empresa –Le dije sin más–, creo que al menos yo si tengo una carrera que me permite tener una ética para con los demás “señorita”.
Salí por la pequeña puerta de la oficina sin voltear. Creo que más allá de una carrera profesional, lo que nos permite ser triunfadores es una pequeña combinación de dos factores: los conocimientos y el trato a la gente. En esto estaba pensando cuando lo vi a usted con los problemas de la sombrilla y la demás historia ya la conoce.
–Es triste que en algunas empresas los puestos de trabajo se vendan, sobre todo en aquellas en donde hay sindicatos, también es triste que se den los puestos por amiguismo a personas sin la debida preparación o bien, que no se den a profesionales por falta de experiencia. Es un tormento el estar vagando de aquí para allá sin que te acepten en algún puesto, también es alarmante el hecho de que no te den trabajo por que sobrepasas las especificaciones que las empresas requieren o por la edad –Dijo el hombre con un nuevo tono de voz, y que me llenó de una paz interior y una calma que pocas veces había sentido–. Pero no todo es malo, no en todas las empresas son así y quizá encuentres pronto un trabajo adecuado, lo único que queda es no dejarse vencer por la situación y aunque se sienta la desesperación que produce esta época de consumismo en donde si no se vive con lujo no eres nadie, en donde lo trivial triunfa y la sociedad te dice que aunque no tengas que comer, tienes que tener carro para estar bien y sentirte bien y sobre todo demostrarle a la gente que en realidad vales. A pesar de todo eso se tiene que seguir viviendo y ya encontraras algo, ¡verás que si!
–Eso espero –Contesté con una ilusión pintada en el rostro–. Ahora le toca a usted contarme la historia de su amigo –Agregué reacomodándome en el asiento.

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sábado, 28 de febrero de 2009

Aquí...


Aquí…
todo se ha terminado, el tiempo, las rosas, los cirios.
Todo se vuelve como al comienzo
despacio, sin prisas por nada,
sábanas mudas, enjutas
soledades y lluvias entre ventanas.

Aquí…
te has vuelto piedra y rosa y mañana
te has vuelto copa, sangre,
vino escanciado en la boca,
en las horas muertas.

Aquí…
donde el poeta guarda sombras
llantos deslumbrados, tierras desconocidas,
ojos sedientos de luz y besos.

Aquí…
se descubren tierras y mares, cielos
desconocidos el uno del otro, en silencio.
Aquí, dónde dejo todo escondido en el alma
como el alma misma,

aquí… te espero.

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Eighties Bar (Capítulo IV)

La abeja se acercaba velozmente a la oreja de mi compañero y todo sucedió tan rápido, desde que le hice una señal para que estuviera tranquilo y evitar así el aguijonazo, hasta que la abeja apareció por su oreja contraria. No sé si sólo fue una ilusión mía, o la abeja voló por atrás de mi nuevo amigo o realmente atravesó su cabeza de un lado a otro ¡sin que él lo notara y siguiera tan tranquilo como estaba hasta ese momento!, el insecto estuvo revoloteando por algunos instantes en la ventana, después se aparto de ella y voló sobre mi cabeza en forma de círculos para finalmente alejarse.
–Dime, ¿por qué la tristeza? –Me preguntó el hombre sin darle importancia a lo que había sucedido momentos antes–. Hay algo que te perturba y no te deja tranquilo.
–En realidad si –Contesté.
Pero en el fondo pensaba que este hombre no tenía ningún derecho a saber lo que me sucedía y sin embargo, había algo que me empujaba a contarle el motivo de mi tristeza y desesperación que se adueñaban de mí lastimando mi alma sin compasión. No sé si fue porque era un desconocido o simplemente buscaba la mejor salida para mi pena, siendo esto último lo que me llevó a confiarme en este hombre. Comencé entonces mi relato, no sin antes advertirle que en agradecimiento tendría que contarme la historia de su amigo.
–Aquí tienen sus bebidas –Dijo el mesero cuando llegó trayendo las dos copas que habíamos pedido. Antes de comenzar con mi relato, le di un buen sorbo a mi bebida como queriendo tomar aparte del alcohol, un poco de valor, y así poder contar mi historia a mi compañero de mesa – ¡Salud! – exclamé.
–Todo empezó cuando terminé mis estudios de licenciatura – Comencé –, ¡al fin era ingeniero!, ¿puedes imaginar lo que eso significa?, ¡un flamante ingeniero!, ¡lo que siempre había soñado desde pequeño!, en aquel entonces me quería comer al mundo entero. ¡Ingenuo de mi!, aún me faltaban muchas cosas por vivir, y la vida, me las mostraría cruelmente. Comenzó entonces mi peregrinar por diversas empresas que ofrecían empleos, pero tal parece que sólo eran puros espejismos. El primer obstáculo al que me enfrenté y al que sigo enfrentándome hoy en día es al de la experiencia, ¡eso es lo que se vende hoy en día!, es una paradoja, sino tengo trabajo no tengo experiencia y viceversa, ¿cómo la consigo? En algunos puestos me piden certificaciones y diplomados, pero eso cuesta demasiado y si no tengo trabajo por consiguiente no tengo dinero y entonces ¿cómo puedo superarme? En otros me ofrecen un sueldo irrisorio que no me alcanza más que para agonizar de hambre y eventual, en algunos puestos, si no se cubre el perfil al cien por ciento ni te presentes por que ni se toman la molestia de voltear a verte aunque puedas hacer el trabajo. ¡Es un caos todo esto!.
Apenas hace unos momentos he tenido una entrevista de trabajo. Verás, hace ya algunas semanas dejé currículo en una empresa, postulándome para un puesto, me llaman ayer y me dicen que me presente hoy a entrevista, así lo hago, me entrevisto con una “licenciada” según ella, la cual me pregunta mi nombre y para que puesto me estoy postulando, ¿cómo es eso posible?, si ya habíamos confirmado la cita y creo yo, debería tener mi archivo a la mano, además del tono de la voz –déspota– y la mirada, tal parecía que le estaba pidiendo limosna.
Es cierto que me estoy muriendo de hambre, que de las múltiples entrevistas que he tenido, en ninguna me he quedado. Es cierto que he pensado que el que está mal soy yo, que soy un bueno para nada. También es cierto que he pensado en que me han hecho brujería y que he recurrido a brujos para que me hagan infinidad de limpias, pero todo ha sido en vano y todo sigue igual, no consigo trabajo y mi dinero ya se terminó.
–Y ¿ella que te dijo? –Preguntó el hombre interrumpiéndome, redirigiéndome al tema central de la plática.–Después de decirle para que puesto iba –Contesté–, revisó mi currículo, me preguntó que licenciatura había obtenido, le respondí que ingeniería en comunicaciones y electrónica. Entonces se me quedó mirando como sorprendida y con la misma mirada despectiva de antes

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jueves, 26 de febrero de 2009

Eighties Bar (Capítulo III)

–No me mires así –Me dijo el hombre a la vez que se quitaba el sombrero y lo dejaba a un lado suyo en el amplio asiento–, hay muchas cosas que no podría explicar, al mirarte algo en mi me impulso a invitarte una copa, así tendría yo con quién compartir una charla en esta tarde de lluvia.
–Pues, en realidad estaba ante una encrucijada entre retirarme o quedarme un rato más, al fin y al cabo no tengo un lugar en donde sea necesaria mi presencia y tengo por ahora todo el tiempo del mundo, así que estoy agradecido por su invitación.
–Al contrario, creo que es lo menos que podía hacer por ti, tú sabes, por lo de la sombrilla, en realidad estaba hecho un lío, casi siempre me pasa lo mismo, soy algo torpe de las manos, por lo cual se me dificulta hacer cosas tan sencillas como esta, pero casi siempre encuentro a alguien que se presta a ayudarme.
–No lo hice por buscar un agradecimiento –Contesté–, lo hice por mí, porque quizá si en algún momento estoy en una situación de apremio me gustaría que alguien me ayudara.
Guardamos silencio un momento, mientras el mesero nos pedía la orden.
–Me traes lo de siempre –dijo mi anfitrión cortésmente–, y ¿tú, que vas a pedir?
–Un tequila por favor –contesté–. Usted es muy conocido aquí ¿verdad?, debe ser un cliente habitual en este bar –continué.
El mesero se fue a surtir el pedido, afuera la lluvia continuaba cayendo a raudales y la calle sólo era transitada por los autos.
–Aparte de agradecer tu ayuda con la sombrilla –Dijo el hombre retomando la conversación–, quise invitarte una copa por que me pareció ver que estás triste y tienes un aire de desesperación en la mirada, ¿sabes?, me recordaste a un viejo amigo, por eso te invité. Él era para mí como un hermano –Al decir esto, al hombre le brillaron los ojos como si unas lágrimas le traicionaran y estuvieran a punto de escapársele–. Siempre estaba de buen humor pero una mañana, lo encontraron muerto en su cuarto, se había suicidado, su cuerpo pendía de la lámpara.
–La tristeza es algo inherente al alma –Le dije después de unos segundos de silencio, en ese momento el hombre sacó un pañuelo secándose las lágrimas que ya no podía contener–. Siento mucho lo de su amigo, a veces la vida nos juega malas pasadas con los seres que más apreciamos.
–Perdón por ponerme sentimental –Me dijo recobrando la compostura, pero sin avergonzarse de las lágrimas que habían brotado de sus ojos–, pero es reciente lo que le pasó y aún el recuerdo duele en demasía.–No tienes porque disculparte –Le dije tratando de darle confianza–. La vida es así, a veces nos trae alegrías y otras tantas, tristezas, yo pienso que nosotros mismos somos sus juguetes.


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lunes, 23 de febrero de 2009

Eighties Bar (Capítulo II)


El hombre se fue acercando entre los coches que ya formaban un tráfico pesado en la avenida. Caminando despacio entre los charcos que se hacían más grandes y tratando de evitar mojarse los pantalones en lo más mínimo posible. Llevaba en la mano derecha una sombrilla, acorde con su abrigo y sus zapatos y en contraste con su sombrero. Su apariencia aún guardaba algunos rasgos de juventud reciente, en la mano izquierda llevaba unos libros que al parecer estudiaba, y cuidando de que no se mojasen empleaba toda su atención.
Yo, recargado en una de las columnas que sostenían la puerta lo seguí con la mirada hasta que estuvo a un lado de mí en la puerta del bar, trató en vano de cerrar la sombrilla una y otra vez pero las manos ocupadas se lo impedían.
–¿Me permite ayudarlo? –le dije viéndolo en una situación algo complicada. Me miró por unos instantes como estudiándome, sus ojos de un color claro se toparon con los míos y me di cuenta entonces que era un ser especial, su mirada parecía decirme algo en silencio en un instante, parecía penetrar hasta el más escondido rincón de los míos en búsqueda de algo, que ni yo mismo sabía que poesía.
–¡Por favor! –Contestó mirándome agradecido. Con una sonrisa en los labios y pasando los libros de la mano izquierda a la derecha.
Después de agradecerme por el gesto que tuve con él y de haber cerrado la sombrilla, hizo el ademán de entrar al bar, pero se detuvo y mirándome de nuevo ahora con un cierto interés, yo le sostuve la mirada un instante, después me invitó a entrar con él al bar y el silencio surgió entre los dos en los instantes siguientes.
Minutos antes estaba tratando de decidirme si entraba o no, ahora este hombre surgido de la lluvia había decidido por mí, sin importar si tenía dinero o no, o la situación por la que atravesaba recientemente.
–Señor yo...
–Yo invito –Me interrumpió de una forma que no admitía replica y colgando su paraguas en el brazo en que llevaba los libros, puso la otra en mi hombro y me condujo hasta la puerta con firmeza.
El bar estaba semivacío en aquellos momentos, quizá por el efecto de la lluvia o bien por que no era aún tan tarde para tener a los parroquianos habituales. La entrada por la que nos introdujimos al bar era un pasillo algo estrecho forrado de espejos que reflejaban a medias nuestra imagen, en la entrada al recinto principal colgaba una cortina hecha a mano de corchos utilizados para tapar las botellas de vino. Un mesero nos recibió, preguntándonos sobre la mesa queríamos, en la barra de madera a un lado de nosotros, se encontraba el barman atendiendo a dos hombres de mediana edad, parecía que el alcohol había hecho ya su trabajo en ellos y platicaban alegremente en la barra con una copa en la mano, los espejos adheridos en la pared atrás de las repisas que sostenían las botellas hacían ver al recinto más grande de lo que en realidad era y las plantas hacían más fresco el lugar. Pasamos entre las mesas dispuestas en filas, su color contrastaba con la loseta del piso, en las paredes había cuadros con figuras un poco extrañas, algunos parecían manchas hechas con las manos y embarradas por todo el lienzo, con colores que poco combinaban unos con otros. Pedimos una mesa del fondo, cerca de la pista de baile y de la ventana desde donde se podía ver una parte de la calle, más atrás había un pequeño espacio con un letrero que indicaba los sanitarios. Nos sentamos a ambos lados de la mesa, mi anfitrión con una leve sonrisa en el rostro le hizo una señal al mesero que sacó un pequeño cuadernillo para tomarnos la orden. Apenas cuatro mesas estaban ocupadas en todo el bar, las notas de una canción “ochentera” se escuchaba de fondo, una canción que conocía perfectamente y que me traía agradables recuerdos de mi niñez.



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viernes, 20 de febrero de 2009

No me basta


No basta morir, dejar de respirar voluntariamente
o meterse una bala en la cabeza, no basta.
No basta dejar que los gusanos beban mi sangre y deambulen
como vagabundos por mi carne
o que mis huesos se hagan polvo y se esparzan
por todos los caminos que he andado,
en esos lugares en que he perdido la memoria
en esas memorias en que alguien desconocido tal vez,
me reconozca .

No basta cerrar los ojos para morir,
ni que las reglas de este vivir se quebranten o se olviden
y regados, el polvo de mis huesos por infinidad de vientos
y mi carne en cualquier tierra y mi memoria en el mar,
¡qué no me basten!, ni me baste tu perfume en las flores
o dejar el cruel respiro, ni abrir los ojos a la luz
-hojas de otoño entre todos mis tiempos-,
inéditas sombras de carmín bajo tus labios.

No señor,
¡qué no me basten!
para tenerte, conmigo.

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miércoles, 18 de febrero de 2009

Habría


Habría que quitarse las costras de este mal querer
para que sane la carne y la piel.
Habría que esperar un año o dos o tres, para llegar
y ser.
Habría que desearse todo el amor del mundo, el viento,
el mar, la playa, para confundirse con tu universo.
Habría que fomentarse en el olvido, sin memoria se muere,
si que se muere, el tiempo.
Habría que borrarlo todo sobre la faz del corazón y la nostalgia, para dejarse ver un solo instante, alegre.
Habría que dormirse y dejarse mover poco a poco, para despertar después, en un año desconocido, en otra parte.
Habría que quitarse la piel a cachos, o completamente para ser insensible a todo.
Habría que salirse una y otra vez de las entrañas del mismo amor, para alcanzarte en el aire de un suspiro.
Habría que desacostumbrarse a no despertar sin ti a mi lado
para quedarse dormido y estar siempre a tu costado,
_________________-o encima de ti o por debajo.
Habría que quedarse callado y quieto,
sólo quieto, para observarte y quererte y amarte…


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domingo, 15 de febrero de 2009

Eighties Bar (Capítulo I)

Las gotas de agua comenzaban a caer muy lentamente. Grandes gotas de agua que se estrellaban en el suelo como queriendo penetrar hasta el mismo centro de la tierra y quizá queriendo disuadir así a la gente de la inminente tormenta que se acercaba. Yo lo miraba todo a buen resguardo, cubierto por la marquesina de un pequeño bar en la esquina de la calle más larga de la ciudad. A esa hora de la tarde la gente se apresuraba, algunos regresando a su trabajo, otros tratando de llegar a su hogar y algunos otros buscando sin cesar un lugar donde cubrirse de la lluvia, momentos después la calle quedó semidesierta y sólo transitada por los autos en su ininterrumpido vaivén a lo largo de la calle y por las gotas de lluvia que aumentaban su número y la frecuencia con que se estrellaban en el pavimento.

Observando la caída del agua desde el lugar en que me encontraba meditaba y me daba cuenta que mi ánimo estaba de acuerdo con aquella atmósfera de tristeza pues tenía en el bolsillo apenas algunas monedas para mi pasaje de regreso a casa, había tenido una entrevista de trabajo a unas cuantas calles de ahí y no me había ido nada bien, para ese entonces la cuenta de todas las entrevistas que había tenido en el último mes se encontraba perdida. No sé porque la mala suerte optó por fijarse en mi, se enamoró y me desposó sin pedirme permiso, lo cierto es que de las tantas entrevistas que tuve desde que salí de la escuela en ninguna parte me aceptaron, llegué a pensar que no estaba preparado para todo ese mundo voraz que sólo se alimentaba de métodos y de dinero, ese mundo en donde el amiguismo y las recomendaciones van por encima de todo, incluso de la inteligencia, de ese mundo moderno que calcula tus pensamientos, tus intereses y tus pasatiempos y los mide en números y con exámenes que no sé quién invento, un loco, eso es lo más seguro.
El lugar donde me encontraba era un bar llamado “Eighties Bar” y tenía como entrada una pequeña puerta de metal con vidrios polarizados y letreros fluorescentes donde se ofrecía música de la década de los ochenta y algunas copas. De muros grises, ventanas y vidrios iguales a la puerta, letreros anunciando espectáculos nocturnos y copas de cortesía para llamar la atención de los pocos transeúntes a esa hora de la tarde. Había muchos más comercios en esta parte de la ciudad, tiendas comerciales, farmacias y restaurantes, había también y un poco más lejanos algunos bancos y edificios de oficinas y a unos pasos de donde me encontraba estaba la entrada del metro de la ciudad.
Estaba agobiado por la presión de la cita de trabajo así que después de haberme entrevistado y terminar con la clásica frase –“nosotros te llamamos” –, me desanudé la corbata y desabotoné el cuello de mi camisa, sintiendo así un poco menos de presión en la garganta permitiéndome respirar mejor y deshacerme de la presión y el malhumor que tenía debido al coraje hecho momentos antes. A mi mente llegó un dicho popular cuando miraba las gotas caer en los charcos que se arremolinaban ya en la calle y que decía: ¡Qué bello es ver llover y no mojarse! Aunque en otro contexto, esto se aplicaba a los momentos que estaba pasando.
Llegaron los recuerdos como nubes, y a mi mente llego una tarde como un rayo de luz, una tarde como esa y unas frases de mi padre.
–Papá, ¿por qué llueve? –Mi padre en aquel entonces era un campesino que, donde quiera que iba dejaba el olor de la hierba, de la tierra húmeda, de aquellos amaneceres llenos de niebla y de un sol que tímidamente se apresta a salir, del río que desemboca en el mar y del sudor de su trabajo. Un hombre rudo con la única educación que la vida le dejó, sabía los secretos de la tierra y la sabiduría del tiempo para sembrar y criar animales, era un hombre que luchó por labrarse un porvenir y lo logró pero como un hombre de campo, no administró sus bienes y poco a poco se fueron difumando en el aire, hasta quedarse con las manos vacías.
–La lluvia es un regalo de Dios – Respondió aquella vez.
–Y, ¿quién es Dios? –Preguntaba yo con una cara de franca inocencia.
–Dios hijo mío, es el padre de todo y de todos, es el padre del agua de ayer y de hoy y de siempre, es el padre de la hierba, de los animales, del día, de la noche, del viento y de los árboles y de todo lo que tus ojos alcancen a ver, de tu destino y del mío, mi padre lo llamaba “suerte”.
¡Qué sencillo era todo eso!, ahora mi vida se perdía entre las entrevistas de trabajo y las desilusiones de nunca ser llamado, se perdía entre la desesperación de sólo contar con el pasaje de ida y vuelta, entre el hambre y los aparadores que a veces se movían como fantasmas y ofrecían productos que no podía comprar.Siempre me he preguntado, ¿cómo le hará la gente para sobrevivir y ser tan indiferente a cada universo individual?, ¿cómo se puede sobrevivir en el día a día, con trabajos mal pagados y con las ilusiones muertas o agonizando?. ¡Qué asco!, si, ¡qué asco de vida llevamos!.

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viernes, 13 de febrero de 2009

Eliza...


Se recorre la noche entre tus pasos de cristal,
quién sabe qué será lo que busco entre las calles,
en las escuelas sin nombre, en los relojes sin tiempo,
en el interior de los cuartos oscuros
y a solas,
en las sombras de ventanas fantasmales
al filo de de las diez.

Dicen que no puedo salir antes de tiempo
y que el amor se consume en el día a día mortal,
amor diario, consumido, impregnado en la última gota de luz que bebo,
en la última brizna de hierba con tu olor.
Y a veces soy yo el que sólo te busca a ti,
el que te persigue cada noche en sueños,
el que te consigue.

Sólo veo a través de lo que me hace temblar,
y lo que me hace temblar es tu sangre silenciosa
y tibia y bohemia, como yo que entre tanto y tanto
poso mis ojos en tus pantorrillas y tus caderas.
Tú, grácil figura siempre anhelante de una caricia,
siempre delante de mí iluminando espacios
donde me encuentro yo mismo y solo.

De antemano te digo que no hay más oscuridad
que la que dejas atrás de ti, estela donde ahogo mis pasos
y mi voz.

¿A qué hora, en qué momento te resbalas a mi espalda
y tu cuerpo busca mi cuerpo?
¿En qué sitio del amor te encuentro, para robarte un beso?
Un beso robado, tu cuerpo sediento de mis manos
me espera entre los albores de madrugadas enteras
llenas de sombras, de ternuras escondidas en el paso a paso de tus pies,
en el anhelo clavado, insomne, en la búsqueda de tu huella
dejada como hoja de otoño detrás de ti,
-hojas de tiempo diría yo-,
de los días en que estás conmigo.


Eugenio
(Alevosía)
Febrero 13 del 2009


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domingo, 8 de febrero de 2009

Busqueda...


Se busca intensamente
como si en ello nos llevara la vida,
damos vueltas y vueltas
una y otra y otra vez, sin hallar respuesta.

¿Dónde se solidificó Dios?
pudo ser que en la conciencia del hombre,
puede ser que en esa pequeña voz que nos detiene
y que nos impulsa en sentido contrario,
como la negación de un imposible.

Lo buscamos más allá del rezo
y hablamos fuerte y gritamos a veces
creyendo que de esa forma nos oye.

A veces quisiera ser grito para estar cerca de él
y lejos de mí mismo.

¿Dónde queda Dios?
En el pecado que inventamos para saber que existe
y que nos perdona,
en el amor que sentimos o que nos abandona,
en una adoración en silencio
sin conocer el lugar donde para.

¿Qué, si lo buscamos en el metro,
en las calles, en los mares o en los cielos?
¿Qué, si en los ojos vagabundos del recuerdo,
en aquellos desmemoriados del tiempo,
que gritan y gritan sin ser escuchados?

¿Dónde se encuentra Dios?
A veces nos olvidamos del lugar que lo vio nacer,
de esos pequeños detalles que se pasan al vivir y vivir
y no lo encontramos ya, ni en el horizonte,
ni en el metro ni en las calles ni en los cielos,
o en las inmensidades del rezo.

Ya no está Dios,
ni en las paredes de la iglesia,
ni en los colosos de plata o de oro que son adorados
ni en las iglesias bañadas de ambiciones…
Ya no está Dios,
ni en el reloj del papa ni en su báculo,
ni en la realidad que se compra o se vende...

No está más,
sino en el espíritu descarriado,
en el espíritu vagabundo, hambriento,
del corazón ingenuo del que nada sabe.
No está más, en ninguna parte,
sólo en mi espíritu y mi corazón…

Eugenio
27 de septiembre del 2004


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viernes, 6 de febrero de 2009

Blanca...



Ahí estas, muda y sencilla y blanca
nieve de invierno, sentimientos no expresados
que se guardan hasta llegar el día
y llegando el día eres nueva y estas casta y blanca.

Yo te desvisto cada noche,
desvistiéndome el corazón y la soledad
desvistiendo el café y la harina, pan en que te conviertes
fuera de mí, de madrugada.

A veces eres indiferente, pero me miras y me acompañas
y yo te amo como a nadie, como a nadie
te entrego lo que me falta… y lo que me falta eres tú.

Creo yo que no hay amor más puro y más sano
que el tuyo y el mío, compañera de sueños
de silencios, de tardes de sol o de lluvia
de mismas calles, mismas caminatas, mismos silencios, ventanas,
mismas letras.

Hay noches en que no te toco, ni te miro
pero tú sabes que pienso en ti, en tu espalda de marfil
en tu vientre en que me vierto lentamente,
sin mirar atrás, en el mismo instante en que se crea el verso.

Y siempre estás aquí, en la dulce espera
en la dulce melancolía de apenas unos minutos de amor
de confesiones innecesarias que se quedan en tu cuerpo
tal vez,
para siempre.

Una caricia apenas, una mirada que no dice nada
quizá una lágrima o un reproche en silencio
y sólo eso me basta para crearte del barro de mis cenizas
del fuego, de las pequeñas cosas que los poetas hacen grandes
como si todo lo pudieran.

Yo sólo me entrego al placer
de hacerte el amor a todas horas y dejar que a todas horas
te adueñes de mi,
de la esencia que secunda mi sombra y de lo que pienso
y lo que escribo…


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miércoles, 4 de febrero de 2009

Del mar...


(Del mar...
de aquel lado del mar,
vienes tú y yo te espero...
al final del tiempo)

Del gran desierto ingrávido
que es el mar,
de las emociones que encierra
este animal solitario,
tierno, sencillo y solitario
y tierno,
vienen los momentos tristes,
las alegrías y los dolores
danzando entre las olas.

Con miles de rostros meciéndose
entre las oscuras gaviotas
que revolotean entre el aire libre,
y entre la voz que se parte en mil pedazos
y que canta una canción no entendida,
yo, en mil partes me he partido
para entender este dulce canto
de amor.

Del mar,
de la inmensa cortina que es el mar,vienen los días de lluvia,
el viento furioso,las horas, iguales a estas horas.
El destino viene del mar,
del gran desierto del mar vienen las lágrimas de Dios,
sus risas, su soledad, y viene él mismo juzgando,
sentado en la interminable ola del viento.
Del mar también,
del gran viejo que es el mar, viene la vida
y viene el agua andando, como el humo del cigarro que agoniza
en los sentimientos profanos
que se escriben y se escriben
incesantemente entre las páginas
de un libro cansado
y en blanco.

Del mar viene la razón
y viene la felicidad cantando.

Y yo soy como la playa desnuda
que siempre espera algo inoportuno
y repentino.

Yo soy la playa
que agoniza siempre en la eternidad
de un roce de agua...


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lunes, 2 de febrero de 2009

A Zaira...


A la chica que ayer estuvo conmigo…

Este desear que no se quita de la mente
me lleva a pasos y a ratos al placer de mirarte,
de tocarte, de posar mis labios en ti,
en tu cuerpo duro como el aire,
y como el aire, delgado.

Pasión que se cubre de mil colores.
Y tú yaces abrazada a mi cuello, en la cama, distante,
distante de mi y de ti, de los muebles que nos miran
mudos como yo, robándose el misterio del humo
-que no hay.

Hoy te recuerdo entre las palabras que no dijimos
los silencios que inventamos con suspiros,
gemidos que no cesan entre tu cabello y el mío,
olas de mar entre la gente que indiferente se yergue afuera,
ignorantes del pantalón, la blusa y la luz mortecina
en el suelo, tendidos.

Eres incógnita, de nombre diferente,
bruja, sencilla ilusión que se pierde en la tarde
y en el tiempo de una entrega.
¡Oh, diosa del amor!, a ti me entrego sin reservas
a ti te maldigo por llevarme en las alas del placer
y te perdono,
y te bendigo como lo que siempre has sido, mujer.

Todo vuelve a ser uno mismo,
y se queda perdido en el tiempo
y en el nombre que te acompaña
y fue hombre y dichoso por tenerte un momento
por estar contigo…


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domingo, 25 de enero de 2009

Tú no lo sabes...


Tú no lo sabes, no lo sabrás nunca
mientras cierras los ojos
y oyes los suspiros que ya no tienes
y yaces bocabajo sobre mi espalda
y te arrejuntas en mi boca, mis ojos que no te miran
se recrean en el amor de tus ansias.

Tú no lo sabes, pero eres una cosa cierta
una estrella apenas,
una hoja de árbol cayendo en mi sábana,
un respiro así, sencillo o sensual, desnudo,
desnudo como la piedra de mis ojos
o esta urgencia de amor, que se queda
después de amanecer.

Yo soy el que te veo crecer de la noche al día
entre mis sueños quizá, entre la soledad de mi palabra.

Entre mi cuerpo y tu cuerpo hay un espacio vacío
que intentas llenar con tus manos y tus suspiros.

Te miro silencioso y pienso,
pienso en tus gráciles piernas
en tu mirada, en tu pelo.

Tú no lo sabes, no lo sabrás nunca
mientras yo te amo en la oscuridad
tú aprietas el paso, apresurada a cualquier lado
a la escuela, al mercado, a la comida
al corazón quizá…
de otro.


Eugenio
Alevosía


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domingo, 4 de enero de 2009

Y que tal que no existes...





Y que tal que no existes,
que sólo eres un invento de mí,
para mí,
que sólo existes en mis noches,
mis dudas,
mis temores,
en este pedazo de pan,
bocado inacabable para mi espíritu.

Tu cuerpo, sólo harina para mi sangre.

Y que tal que sólo existes en mi imaginación
cuando cierro los ojos y sólo veo tus sombras,
en mi pensamiento oculto,
en eso lo que los hombres llaman silencio, y respuesta ,
en lo que dicen de ti y aún en lo que no dicen,
en el pecado,
en la lujuria de mis noches y mis días de soledad,
miradas furtivas adueñándose de mis ojos
dedicados a doncellas varias, desnudando cuerpos
a diario.

En esta hoja en blanco, en esta pluma,
¿existes?.

¿Qué tal que sólo existes en lo que hay afuera de mi,
en los átomos y las partículas de aire que hay a mi alrededor,
en esto que suelo llamar luz
en la bondad y la injusticia,
en la muerte,
en el corazón de un alma pura.

Yo no creo en todo esto que digo,
ni en lo que dicen ellos de ti,
y sin embargo hay algo más,
una fuerza interior que me empuja,
que me alza los brazos y el alma
y me abre los ojos para verte
sin rostro apenas,
sangre y pan, vino y carne, gloria e infierno…

Yo pienso que debes existir,
por que existimos nosotros
y porque creo en ti.


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