lunes, 23 de febrero de 2009

Eighties Bar (Capítulo II)


El hombre se fue acercando entre los coches que ya formaban un tráfico pesado en la avenida. Caminando despacio entre los charcos que se hacían más grandes y tratando de evitar mojarse los pantalones en lo más mínimo posible. Llevaba en la mano derecha una sombrilla, acorde con su abrigo y sus zapatos y en contraste con su sombrero. Su apariencia aún guardaba algunos rasgos de juventud reciente, en la mano izquierda llevaba unos libros que al parecer estudiaba, y cuidando de que no se mojasen empleaba toda su atención.
Yo, recargado en una de las columnas que sostenían la puerta lo seguí con la mirada hasta que estuvo a un lado de mí en la puerta del bar, trató en vano de cerrar la sombrilla una y otra vez pero las manos ocupadas se lo impedían.
–¿Me permite ayudarlo? –le dije viéndolo en una situación algo complicada. Me miró por unos instantes como estudiándome, sus ojos de un color claro se toparon con los míos y me di cuenta entonces que era un ser especial, su mirada parecía decirme algo en silencio en un instante, parecía penetrar hasta el más escondido rincón de los míos en búsqueda de algo, que ni yo mismo sabía que poesía.
–¡Por favor! –Contestó mirándome agradecido. Con una sonrisa en los labios y pasando los libros de la mano izquierda a la derecha.
Después de agradecerme por el gesto que tuve con él y de haber cerrado la sombrilla, hizo el ademán de entrar al bar, pero se detuvo y mirándome de nuevo ahora con un cierto interés, yo le sostuve la mirada un instante, después me invitó a entrar con él al bar y el silencio surgió entre los dos en los instantes siguientes.
Minutos antes estaba tratando de decidirme si entraba o no, ahora este hombre surgido de la lluvia había decidido por mí, sin importar si tenía dinero o no, o la situación por la que atravesaba recientemente.
–Señor yo...
–Yo invito –Me interrumpió de una forma que no admitía replica y colgando su paraguas en el brazo en que llevaba los libros, puso la otra en mi hombro y me condujo hasta la puerta con firmeza.
El bar estaba semivacío en aquellos momentos, quizá por el efecto de la lluvia o bien por que no era aún tan tarde para tener a los parroquianos habituales. La entrada por la que nos introdujimos al bar era un pasillo algo estrecho forrado de espejos que reflejaban a medias nuestra imagen, en la entrada al recinto principal colgaba una cortina hecha a mano de corchos utilizados para tapar las botellas de vino. Un mesero nos recibió, preguntándonos sobre la mesa queríamos, en la barra de madera a un lado de nosotros, se encontraba el barman atendiendo a dos hombres de mediana edad, parecía que el alcohol había hecho ya su trabajo en ellos y platicaban alegremente en la barra con una copa en la mano, los espejos adheridos en la pared atrás de las repisas que sostenían las botellas hacían ver al recinto más grande de lo que en realidad era y las plantas hacían más fresco el lugar. Pasamos entre las mesas dispuestas en filas, su color contrastaba con la loseta del piso, en las paredes había cuadros con figuras un poco extrañas, algunos parecían manchas hechas con las manos y embarradas por todo el lienzo, con colores que poco combinaban unos con otros. Pedimos una mesa del fondo, cerca de la pista de baile y de la ventana desde donde se podía ver una parte de la calle, más atrás había un pequeño espacio con un letrero que indicaba los sanitarios. Nos sentamos a ambos lados de la mesa, mi anfitrión con una leve sonrisa en el rostro le hizo una señal al mesero que sacó un pequeño cuadernillo para tomarnos la orden. Apenas cuatro mesas estaban ocupadas en todo el bar, las notas de una canción “ochentera” se escuchaba de fondo, una canción que conocía perfectamente y que me traía agradables recuerdos de mi niñez.



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