miércoles, 27 de mayo de 2009

El loco...

Me quedé pensando y en silencio
y entre todo ese laberinto de soledades
estabas tú…
Jajajaja, comencé a reír como un loco
tanto, que los vecinos se molestaron.

-¡cállate cabrón!, ¡cállate malnacido!

Gritaban unos y otros alzando la voz imperiosamente
desdeñando la posibilidad de mirarme a mí
contigo.

Desde entonces
el loco que había estado observándome
bajo las sombras
sale a paso redoblado por los jardines
por las míseras callejuelas que forman la ciudad
por mis ojos y los recuerdos
por mis adentros tan faltos de tu luz
por aquí, por allá.

Y soy yo, el que me miro lentamente
el que valiente desafía a la tarde
a la morada vacía de cada noche
a la vida…
porque la muerte ya no importa
ya no es lo mismo de antes.

¿Qué haría si no estuvieras tú,
con este mar que agoniza,
con esta espera velada que devora el tiempo
detrás de la puerta,
aguantando las horas, inmóvil
hasta que te encuentro.
Qué haría yo contigo,
en el laberinto de mi locura?

Eugenio


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miércoles, 20 de mayo de 2009

Para matarme...

Para matarme,
déjame tendido en el cuarto de abajo
donde la razón no existe
y el frío llega sigiloso entre sombras.

Yo sé lo que eres,
razón de un suspiro quedándose atorado
entre los minutos que se alejan en mis manos,
entre la llama tibia del alma que crece
y se acomoda entre el vaivén del tiempo,
yo sé lo que eres.

Para matarme,
déjame solo allá, donde se cuece el olvido
y no digas palabra alguna, no mires, no hables,
sólo déjame en el sinsentido, en un cuarto a solas
conmigo mismo.

Yo sé lo que soy,
un mortal de la memoria
recuerdo -diría en alguna ocasión olvidada-,
la mano que gira la cerradura de tu piel cansada
de la soledad entre las piernas,
yo sé lo que soy.

Y me conozco y te conozco
y sé, que me dejarás vivir…

Eugenio


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domingo, 17 de mayo de 2009

En la orilla del agua...

En la orilla del agua estaba su pelo
y decía sin saberlo
en su mirada de pájaro al vuelo:
-Mírame, bésame, deseo-

¿Con qué fuerza crece la raíz del árbol,
con qué fuerza penetra en la tierra,
cobija natural de toda vida?
Con qué fuerza penetras en mí
en la tierra que hace de mi vientre,
mi alma

En la sombra del agua como tantas veces,
estaba su canto,
inmemorial melodía entre los rayos del olvido
y de un sol caucásico que nubla miradas
a través de gotas de rocío.

¿Qué se puede decir cuando se hace el surco,
qué, cuando se abre la tierra de tu abdomen materno,
y cae el rayo y el trueno se hace oír en las infinidades
del arbitrario cielo,
y el agua brota inacabable, insaciable de la sed de amor
que tengo?

Sólo el silencio es lenguaje aceptado
diciente de infinitas lenguas que no terminan,
nunca acaban.

En la orilla del agua estaba la soledad
pintada de labios de carmín
y al borde de las cosas que digo,
no había nadie más, sólo estabas tú,
sólo estabas tú…

Eugenio


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martes, 12 de mayo de 2009

Amaneciendo en ti...

Te amaneces,
siempre te amaneces de la misma forma
y a mí me gusta.
Me gusta contemplarte sencilla,
despeinada, con el sabor reciente del sueño
entre los ojos, sedienta, de labios sedientos
de mi boca.

Te amaneces con el sol que nos cubre,
con tu boca que despierta
al unísono de miles de unicornios
o de hadas fantásticas que te toman las sienes
y te hacen decir “te amo”.

Yo no soy nadie, apenas tus ojos que me miran
y que se tallan en los haces de luz
que invaden la recámara y bostezan

y quedan quietos, en silencio,
mar adentro de tus propios horizontes.

Te dejas caer de nuevo
en el sueño en que solitario te atrapas
y es lo único que puedo ver de ti,
sin ocultar tu frente, dormida a unos instantes de mí,
sobre mi cuerpo en tu vientre que no cesa.

Yo puedo regalarte, dejarte caer entre las manos
las sudorosas horas en que me excitas,
en que presurosa te entregas soñando, vertiendo

tu piel en mi piel, mientras duermes.

Toda una vida es esta,
no me refiero al pequeño instante en que ausente sueñas,
ni a la insistente sonrisa con la que siempre me recibes,
ni a tus ojos, ni a tu boca, ni a tus manos moldeadoras
de este arte invisible que es el amor…

Me refiero simple y llanamente
a lo que provocas en mi corazón.

Eugenio


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miércoles, 6 de mayo de 2009

Eigthies Bar (Conclusión)

Quizá la gente muera de alegría, no puedo asegurarlo, sin embargo pienso que es más fácil morir de tristeza, muchos lo hacen. En cuanto al final de este relato, traté de hacerlo de la mejor manera posible, quizá quería decir que el hombre no murió, pero los fríos barrotes de la celda en que me encontraba me regresaron a la realidad y sólo traté de reproducir lo que el personaje de aquella tarde me contó, por suerte siempre he traído lápiz y papel entre mis ropas, eso me ayudó para que los policías que me “basculearon” –como decimos aquí– no me los encontraran.
Esta noche en los separos de una delegación de la ciudad, es la más terrible de las que haya tenido en mi vida hasta ahora. Parado, sin poderme sentar porque se me pega algún pedazo de excremento dejado por ahí u orín, he encontrado al fin un lugar para escribir, con el fétido olor a vómito de borracho he lidiado toda la noche compartiendo la celda con tres personas más. Una celda de cuatro por cuatro, y después de estar meditando en todo lo que pasó hoy en que conocí a ese hombre y al que le debo estar aquí, he resuelto contar el final y lo que tuve que pasar para llegar a esta instancia.
Al finalizar la historia de su amigo, el hombre y yo guardamos silencio, yo pensando si creerle o no, él quizá pensando en si le creía. Después de unos minutos se levantó y me dijo que iba al baño. Yo tenía algunas preguntas que hacerle, por ejemplo: ¿cómo es posible que una persona se enamore de su tristeza? o bien, si la felicidad es lo mejor que hay en el mundo ¿por qué detrás de todo hay una tristeza inherente al corazón?, ¿tendremos que mirar dentro de nosotros para saber que ahí está? Y algunas preguntas más que me dejaron con muchas cosas por averiguar.
En el asiento el hombre había dejado sus cosas a excepción del abrigo y los libros, en un momento dado se me hizo extraño el suceso pero no le di importancia, me puse a mirar a la gente que pasaba por la calle y así estuve por varios minutos, el mesero se acerco a ofrecerme otra copa, lo cual acepté y me sirvió de nuevo, volteé mi cabeza y recorrí el bar con la mirada, había ya varias personas en él, la música comenzaba a escucharse más alto.
Quince minutos y el hombre no salía, comencé a inquietarme, hasta que por fin las ganas de mear fueron superiores a mí, así que me paré y me dirigí al baño, quizá podría de esta forma despedirme de él, que pagase la cuenta y retirarme a casa.
Grande fue mi sorpresa, ¡el baño estaba vacío!, no había nadie y todas las puertas de los inodoros estaban abiertas, ¡nadie!, ni huella había quedado.
–Pero, ¿cómo es posible?, ¡si no he dejado de observar la entrada!–, me dije muy sorprendido y enojado a la vez –Y ahora, ¿qué hago?–, me pregunté a mi mismo con un nerviosismo que aumentaba a cada momento, estaba metido en líos.
–¿Cómo que no tiene para pagar? –Me preguntó el mesero muy enojado–, pues tendrá que hacerlo si no, llamo a la patrulla y con ellos nos arreglaremos, ¿algo de valor que tenga que pueda dejarme hasta que pague?
Recuerdo que mi celular lo había abaratado precisamente esa mañana y que sólo me habían pagado con lo necesario para ir y venir a la entrevista de trabajo, en mis bolsillos no había ni una tarjeta de teléfono y aunque la tuviera, ¿a quién le hablaría? si no me acordaba de los números de mis amigos, ¡todo estaba en el maldito celular!, esa manía de no apuntar los más importantes porque están en la memoria del teléfono.
Tampoco me creyó cuando le dije que había entrado con el hombre de negro, según él yo había entrado solo y había pedido los tequilas por mi cuenta, pero el sombrero seguía ahí, como descansando en el asiento de mi “amigo”, ¿cómo podría explicar eso?, el policía al igual que el mesero, no me creyó, ni la juez que estaba de servicio aquella noche, así que me encerraron hasta el amanecer en estos “separos”, acompañando a tres gentes, un hombre, una mujer y un afeminado que no para de llorar.
Miro las paredes, todas pintadas con leyendas vulgares, algunas muy singulares como: “Puto el que se siente aquí” o “aquí estuvo tu madre güey” y lindezas por el estilo, dibujos obscenos y alguna que otra raya en señal de una cuenta que nunca terminó. Espero que mañana no tenga que caminar mucho a mi casa porque el único dinero que me quedaba se lo quedó el policía al entrar aquí, y es seguro que ya no me será devuelto o quién sabe...
Aún pienso en el sombrero y en la sombrilla que me imagino es el bastón que usaba el hombre de negro, y que me esperan a la salida, porque según el mesero los traía yo puestos y me pertenecían...

Eugenio
Eighties Bar

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sábado, 2 de mayo de 2009

Yo me recuerdo a veces


Yo me recuerdo a veces
y recuerdo
que no soy lo que suelo creer de mí.

Me vuelve una nostalgia
de no sé donde,
de adentro de mí, del cuerpo,
del alma que apenas sobrevive
entre las migajas de ternura
que aún tiene
y lo moja todo,
llevándolo al naufragio de unas horas.

Yo no soy lo que recuerdo de mí.

A veces como tuyo,
me recuerdo
y sé que soy de ti, del principio de tus labios
de tu deseo incesante que me brota por los poros
y me parte la médula con rayos de luz.

Y te amo,
rayo de aurora que brota por las sienes
y se clava en el corazón.

Desgarras las horas,
en que me haces falta.

Eugenio



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