lunes, 9 de marzo de 2009

Eighties Bar (Capítulo VI)

–Está bien, lo haré –Dijo el hombre comenzando su relato. Yo me sentía ya en total confianza, no sabía si por efecto del alcohol o bien por haber contado lo que me ocasionaba gran pesar horas antes. La desesperación se había quedado atrás, era como si todo quedará en un pasado muy lejano y que se quedará ahí, aunque fuera solo unos días, en los que sin duda tendría que pedir prestado o bien empeñar las últimas cosas que me quedaban y sobrevivir.
–Lo conocí hace tiempo en una convención de nuestra facultad –Continuó mi compañero–, tenía un encanto particular porque siempre mantenía una sonrisa a flor de piel y hacía sonreír a los demás, su popularidad era muy grande entre las mujeres y se justificaba porque era bien parecido. Yo había pensado que el amor ere el más bello y noble de los sentimientos, ahora me doy cuenta que no es así, el amor es tan intenso que te puede llevar a la perdición o bien a la locura, al infierno o a la gloria, por lo tanto a mi parecer, hay un sentimiento que lo sobrepasa, la amistad, este sentimiento es lo más bello que existe porque en él dejas todo de ti sin esperar a ser correspondido, el amor si espera a ser correspondido y no existe si no es alimentado en la misma forma, es egoísta. Mi amigo daba su amistad sin ver a quién, ¿podrías contar el número de amigos que encuentras a lo largo de tu vida?, yo creo que sí.
Fuimos juntos a muchas fiestas, estudiamos juntos mucho tiempo y para muchos exámenes y siempre nos ayudábamos con las mujeres. Pero un día él comenzó a cambiar, su mirada se perdía entre los horizontes que se formaban en sus adentros, entre los interminables minutos de silencio que lo volvían loco a veces, me excluía de su universo. Hubo semanas que pasaba en esa misma situación. Hasta que un día le pregunté que le pasaba, le dije que podía confiar en mí, que si tenía un secreto por el que había cambiado tanto me lo podía decir, después de meditarlo demasiado, esto fue lo que me dijo:
–¿Has visto tu interior?, ¿Sabes lo que pasa ahí?, yo sé lo que pasa en el mío, te contaré lo que me pasó hace algunas semanas y que me sigue atormentando. Una madrugada en que llegaba de una fiesta y que por cierto había tomado más de la cuenta, en la puerta de mi casa me encontré a un hombre vestido de traje, llevaba un bastón en la mano y usaba un sombrero.
–Seguro eras tú – le dije de momento y sin pensar, interrumpiéndolo.
–Déjame terminar el relato y luego me preguntas lo que quieras –Terció sin darle importancia al hecho.
– ¡Perdón! –Dije un poco apenado, continúa.
–Al principio me extrañó la presencia del hombre, sonreía tan raramente que me estremeció –Dijo, continuando con el relato–. ¿Le puedo servir en algo?, le pregunté y sólo se limitó a agudizar su sonrisa y mirarme, su mirada atravesó la oscuridad de la noche y penetró en mis ojos un poco cegados por el alcohol dejándome una sensación tan rara, como su sonrisa, me quedé en silencio yo también, pero momentos después mientras trataba de abrir la cerradura escuche su voz que me decía –permítame ayudarle.
Al momento reconocí esa voz, esa voz era ¡la mía en verdad!, no sé, la noté un poco mayor que la mía, como si eso pudiera ser posible.
–Déjeme ayudarle –volvió a repetir el hombre cortésmente–, me gustaría hablar con usted, es un asunto muy importante y quizá nos beneficie a los dos.
Me quedé sin palabras y sólo atiné a dejarle hacer, cuando hubo abierto la puerta entramos los dos en la casa. Cómo ya sabes mi casa es un poco amplia, mis padres no viven conmigo y gracias a ellos me encuentro en la mayor comodidad posible así que, cruzamos el recibidor y la sala, había algo en el ambiente y esa noche me pareció percibirlo en las paredes, vi los cuadros, las plantas que había puesto en el pasillo y que llevaba a las escaleras allá en el fondo, la soledad se me presentaba de golpe, esa misma soledad en que se encontraban y en la que me encontraba yo mismo, ¡mi soledad!, vi esa recriminación en silencio de darle vida y uso a todo aquello que poseía y dejarlo todo en abandono al mismo tiempo, pero sólo fue un momento, tú sabes que el alcohol a veces nos juega malas pasadas y tiende a amplificar todo sentimiento, derrumba las barreras de la conciencia y las percepciones que tenemos del mundo cambian, ¡pobre de mi! aún no sabía lo que aquélla noche me esperaba y lo que viviría instantes después.
Subimos a la recámara, recuerdo bien lo que pasó esa noche pero el alcohol y el sueño comenzaban a dominarme más profundamente, en el último peldaño el hombre me ayudó a evitar una caída y ya en mi cuarto me senté en la cama y el tomó una silla en la que se sentó sin más, dejando encima de la cama su sombrero y su bastón. El silencio se hizo pesado entre los dos, sólo se escuchaba el sonido del viento, mezclado con el canto de las cigarras. Ese pequeño ruido se fue haciendo cada vez más intenso, como si con ello se remarcarán los segundos de silencio que pasamos frente a frente aquel hombre y yo, en el fondo sabía que era algo en mí, como alguna alucinación o algún sueño retrasado de la noche anterior. No podía explicarlo muy bien, no en esas condiciones y el ruido de las cigarras escondidas en el jardín se hacía cada vez más fuerte, creí que estaba a punto de desmayarme cuando el hombre habló con esa voz que era la mía.

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1 comentario:

Zarela Pacheco Abarca dijo...

Ser amigos de nosotros mismos es lo más importante, escuchémonos, amémonos. Me encantó tu relato, es intrigante. Cariños