lunes, 16 de marzo de 2009

Eighties Bar (Capítulo VII)

–Amigo mío estas desperdiciando tu vida –Comenzó diciendo–. Estoy aquí para enfrentarte a lo que tienes miedo, sé que aparentas ser feliz pero, ¿te has preguntado a qué se debe esa felicidad?, ¿qué rostro es reflejado en tu yo interno?, quizá la felicidad no sea más que una máscara para lo que realmente llevas dentro.
Sentí su mano sobre mi frente, obligándome a cerrar los ojos, la sombra que me hizo ver y el ruido de las cigarras comenzaron a hacerse más y más grande, el alcohol también colaboraba aturdiéndome cada vez más hasta que perdí la noción del tiempo y del espacio y por fin, las estrellas en la noche comenzaron a apagarse dando paso a la oscuridad absoluta y las sombras ya sin oposición, cubrieron lo poco que tenía de conciencia.
Nunca olvidaré aquella noche en mi recámara mientras tenga vida, no sé si fue un sueño, o realmente viví aquello. Esas sombras cada vez más densas tanto, que no podía ver las cosas a mi alrededor, ya no podía oír el canto de las cigarras, que se iba y retornaba a mis oídos a placer ajenos a mí. El tiempo como nunca antes lo había sentido, se hizo indefinido llevándome por sensaciones que nunca había tenido, hasta que una luz lastimó mis ojos y cuando pude recuperar la conciencia el lugar donde me encontraba era distinto, era en un campo inmenso, tan grande que mis ojos no lo alcanzaban a medir con precisión. A veces creo que la vista termina en el horizonte y comienza en el mismo lugar, creo que de la misma forma es la vida. A un lado mío se encontraba el hombre de la noche anterior, sentado sobre el tronco aserrado de un árbol, a nuestro alrededor se podía observar varias y pequeñas colinas, con muchos árboles. Estábamos a la mitad de un camino delineado por apenas unas cuantas piedras a ambos lados, el sol tímidamente alumbraba nuestras cabezas y el sendero se ampliaba en lugar en el que estábamos formando un semicírculo y continuaba a ambos lados, de frente y hacía atrás.
–Andando –Dijo el hombre–, de este lado, –Señaló con un brazo–, se encuentra el pasado, lleno de recuerdos vivientes que respiran en tu memoria. Y para este otro, –dijo señalando el lado contrario– lo que eres, si ya sé, debería estar el futuro, pero el futuro no existe. En cambio, el presente se plasma más nítido que nunca, y por ese lado es por donde andaremos.
–Es extraño el sueño –Comenté interrumpiéndolo nuevamente–, ¿Realmente no sé que pensar, tú, qué crees que haya sucedido en verdad?, yo soy más práctico y eso de soñar e imaginar cosas no se me da mucho.
–No sé si sea realidad o mentira, pero lo que me contó es tan posible como el cambio que él sufrió después de aquello, yo comencé a dudar después de ver con mis propios ojos algunos sucesos que pasaron después. Déjame seguir contando la historia.
Observé la calle a través de la ventana, la tarde ya estaba envejeciendo y las primeras lámparas y estrellas no tardarían en encenderse para iluminar a la gente que, presurosa –como en todas las ciudades– se dirigían a un destino incierto, la lluvia había cesado desde hacía un buen rato y yo, sumergido en la historia de mi inesperado compañero no me había dado cuenta del paso del tiempo. Mi pensamiento fue interrumpido por el mesero que nos preguntó si queríamos algo más de beber, a lo que respondimos negativamente. Nuestras copas apenas se habían vaciado a la mitad. La gente comenzaba a llenar el bar a esa hora.
–Continuemos entonces –Dije y me dispuse a terminar de escuchar la historia que en realidad solo me parecía un cuento fantástico. –Comencé a caminar –Me dijo mi amigo– en la dirección que me había indicado el hombre, parecía que el camino no tenía fin. Había senderos a ambos lados que salían –o entraban– al camino principal, las nubes flotaban en un cielo azul que no había visto en lugar alguno. El camino por el que iba se ensanchaba en algunos lugares y en algunos otros se volvía muy estrecho, pasé algunas colinas y al llegar a la cima de una de ellas, vi un gran árbol en medio de un gran parque, el camino me llevaba poco a poco hasta allá.
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