sábado, 28 de febrero de 2009

Aquí...


Aquí…
todo se ha terminado, el tiempo, las rosas, los cirios.
Todo se vuelve como al comienzo
despacio, sin prisas por nada,
sábanas mudas, enjutas
soledades y lluvias entre ventanas.

Aquí…
te has vuelto piedra y rosa y mañana
te has vuelto copa, sangre,
vino escanciado en la boca,
en las horas muertas.

Aquí…
donde el poeta guarda sombras
llantos deslumbrados, tierras desconocidas,
ojos sedientos de luz y besos.

Aquí…
se descubren tierras y mares, cielos
desconocidos el uno del otro, en silencio.
Aquí, dónde dejo todo escondido en el alma
como el alma misma,

aquí… te espero.

Copyright © Eugenio.– Todos los derechos reservados

Eighties Bar (Capítulo IV)

La abeja se acercaba velozmente a la oreja de mi compañero y todo sucedió tan rápido, desde que le hice una señal para que estuviera tranquilo y evitar así el aguijonazo, hasta que la abeja apareció por su oreja contraria. No sé si sólo fue una ilusión mía, o la abeja voló por atrás de mi nuevo amigo o realmente atravesó su cabeza de un lado a otro ¡sin que él lo notara y siguiera tan tranquilo como estaba hasta ese momento!, el insecto estuvo revoloteando por algunos instantes en la ventana, después se aparto de ella y voló sobre mi cabeza en forma de círculos para finalmente alejarse.
–Dime, ¿por qué la tristeza? –Me preguntó el hombre sin darle importancia a lo que había sucedido momentos antes–. Hay algo que te perturba y no te deja tranquilo.
–En realidad si –Contesté.
Pero en el fondo pensaba que este hombre no tenía ningún derecho a saber lo que me sucedía y sin embargo, había algo que me empujaba a contarle el motivo de mi tristeza y desesperación que se adueñaban de mí lastimando mi alma sin compasión. No sé si fue porque era un desconocido o simplemente buscaba la mejor salida para mi pena, siendo esto último lo que me llevó a confiarme en este hombre. Comencé entonces mi relato, no sin antes advertirle que en agradecimiento tendría que contarme la historia de su amigo.
–Aquí tienen sus bebidas –Dijo el mesero cuando llegó trayendo las dos copas que habíamos pedido. Antes de comenzar con mi relato, le di un buen sorbo a mi bebida como queriendo tomar aparte del alcohol, un poco de valor, y así poder contar mi historia a mi compañero de mesa – ¡Salud! – exclamé.
–Todo empezó cuando terminé mis estudios de licenciatura – Comencé –, ¡al fin era ingeniero!, ¿puedes imaginar lo que eso significa?, ¡un flamante ingeniero!, ¡lo que siempre había soñado desde pequeño!, en aquel entonces me quería comer al mundo entero. ¡Ingenuo de mi!, aún me faltaban muchas cosas por vivir, y la vida, me las mostraría cruelmente. Comenzó entonces mi peregrinar por diversas empresas que ofrecían empleos, pero tal parece que sólo eran puros espejismos. El primer obstáculo al que me enfrenté y al que sigo enfrentándome hoy en día es al de la experiencia, ¡eso es lo que se vende hoy en día!, es una paradoja, sino tengo trabajo no tengo experiencia y viceversa, ¿cómo la consigo? En algunos puestos me piden certificaciones y diplomados, pero eso cuesta demasiado y si no tengo trabajo por consiguiente no tengo dinero y entonces ¿cómo puedo superarme? En otros me ofrecen un sueldo irrisorio que no me alcanza más que para agonizar de hambre y eventual, en algunos puestos, si no se cubre el perfil al cien por ciento ni te presentes por que ni se toman la molestia de voltear a verte aunque puedas hacer el trabajo. ¡Es un caos todo esto!.
Apenas hace unos momentos he tenido una entrevista de trabajo. Verás, hace ya algunas semanas dejé currículo en una empresa, postulándome para un puesto, me llaman ayer y me dicen que me presente hoy a entrevista, así lo hago, me entrevisto con una “licenciada” según ella, la cual me pregunta mi nombre y para que puesto me estoy postulando, ¿cómo es eso posible?, si ya habíamos confirmado la cita y creo yo, debería tener mi archivo a la mano, además del tono de la voz –déspota– y la mirada, tal parecía que le estaba pidiendo limosna.
Es cierto que me estoy muriendo de hambre, que de las múltiples entrevistas que he tenido, en ninguna me he quedado. Es cierto que he pensado que el que está mal soy yo, que soy un bueno para nada. También es cierto que he pensado en que me han hecho brujería y que he recurrido a brujos para que me hagan infinidad de limpias, pero todo ha sido en vano y todo sigue igual, no consigo trabajo y mi dinero ya se terminó.
–Y ¿ella que te dijo? –Preguntó el hombre interrumpiéndome, redirigiéndome al tema central de la plática.–Después de decirle para que puesto iba –Contesté–, revisó mi currículo, me preguntó que licenciatura había obtenido, le respondí que ingeniería en comunicaciones y electrónica. Entonces se me quedó mirando como sorprendida y con la misma mirada despectiva de antes

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jueves, 26 de febrero de 2009

Eighties Bar (Capítulo III)

–No me mires así –Me dijo el hombre a la vez que se quitaba el sombrero y lo dejaba a un lado suyo en el amplio asiento–, hay muchas cosas que no podría explicar, al mirarte algo en mi me impulso a invitarte una copa, así tendría yo con quién compartir una charla en esta tarde de lluvia.
–Pues, en realidad estaba ante una encrucijada entre retirarme o quedarme un rato más, al fin y al cabo no tengo un lugar en donde sea necesaria mi presencia y tengo por ahora todo el tiempo del mundo, así que estoy agradecido por su invitación.
–Al contrario, creo que es lo menos que podía hacer por ti, tú sabes, por lo de la sombrilla, en realidad estaba hecho un lío, casi siempre me pasa lo mismo, soy algo torpe de las manos, por lo cual se me dificulta hacer cosas tan sencillas como esta, pero casi siempre encuentro a alguien que se presta a ayudarme.
–No lo hice por buscar un agradecimiento –Contesté–, lo hice por mí, porque quizá si en algún momento estoy en una situación de apremio me gustaría que alguien me ayudara.
Guardamos silencio un momento, mientras el mesero nos pedía la orden.
–Me traes lo de siempre –dijo mi anfitrión cortésmente–, y ¿tú, que vas a pedir?
–Un tequila por favor –contesté–. Usted es muy conocido aquí ¿verdad?, debe ser un cliente habitual en este bar –continué.
El mesero se fue a surtir el pedido, afuera la lluvia continuaba cayendo a raudales y la calle sólo era transitada por los autos.
–Aparte de agradecer tu ayuda con la sombrilla –Dijo el hombre retomando la conversación–, quise invitarte una copa por que me pareció ver que estás triste y tienes un aire de desesperación en la mirada, ¿sabes?, me recordaste a un viejo amigo, por eso te invité. Él era para mí como un hermano –Al decir esto, al hombre le brillaron los ojos como si unas lágrimas le traicionaran y estuvieran a punto de escapársele–. Siempre estaba de buen humor pero una mañana, lo encontraron muerto en su cuarto, se había suicidado, su cuerpo pendía de la lámpara.
–La tristeza es algo inherente al alma –Le dije después de unos segundos de silencio, en ese momento el hombre sacó un pañuelo secándose las lágrimas que ya no podía contener–. Siento mucho lo de su amigo, a veces la vida nos juega malas pasadas con los seres que más apreciamos.
–Perdón por ponerme sentimental –Me dijo recobrando la compostura, pero sin avergonzarse de las lágrimas que habían brotado de sus ojos–, pero es reciente lo que le pasó y aún el recuerdo duele en demasía.–No tienes porque disculparte –Le dije tratando de darle confianza–. La vida es así, a veces nos trae alegrías y otras tantas, tristezas, yo pienso que nosotros mismos somos sus juguetes.


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lunes, 23 de febrero de 2009

Eighties Bar (Capítulo II)


El hombre se fue acercando entre los coches que ya formaban un tráfico pesado en la avenida. Caminando despacio entre los charcos que se hacían más grandes y tratando de evitar mojarse los pantalones en lo más mínimo posible. Llevaba en la mano derecha una sombrilla, acorde con su abrigo y sus zapatos y en contraste con su sombrero. Su apariencia aún guardaba algunos rasgos de juventud reciente, en la mano izquierda llevaba unos libros que al parecer estudiaba, y cuidando de que no se mojasen empleaba toda su atención.
Yo, recargado en una de las columnas que sostenían la puerta lo seguí con la mirada hasta que estuvo a un lado de mí en la puerta del bar, trató en vano de cerrar la sombrilla una y otra vez pero las manos ocupadas se lo impedían.
–¿Me permite ayudarlo? –le dije viéndolo en una situación algo complicada. Me miró por unos instantes como estudiándome, sus ojos de un color claro se toparon con los míos y me di cuenta entonces que era un ser especial, su mirada parecía decirme algo en silencio en un instante, parecía penetrar hasta el más escondido rincón de los míos en búsqueda de algo, que ni yo mismo sabía que poesía.
–¡Por favor! –Contestó mirándome agradecido. Con una sonrisa en los labios y pasando los libros de la mano izquierda a la derecha.
Después de agradecerme por el gesto que tuve con él y de haber cerrado la sombrilla, hizo el ademán de entrar al bar, pero se detuvo y mirándome de nuevo ahora con un cierto interés, yo le sostuve la mirada un instante, después me invitó a entrar con él al bar y el silencio surgió entre los dos en los instantes siguientes.
Minutos antes estaba tratando de decidirme si entraba o no, ahora este hombre surgido de la lluvia había decidido por mí, sin importar si tenía dinero o no, o la situación por la que atravesaba recientemente.
–Señor yo...
–Yo invito –Me interrumpió de una forma que no admitía replica y colgando su paraguas en el brazo en que llevaba los libros, puso la otra en mi hombro y me condujo hasta la puerta con firmeza.
El bar estaba semivacío en aquellos momentos, quizá por el efecto de la lluvia o bien por que no era aún tan tarde para tener a los parroquianos habituales. La entrada por la que nos introdujimos al bar era un pasillo algo estrecho forrado de espejos que reflejaban a medias nuestra imagen, en la entrada al recinto principal colgaba una cortina hecha a mano de corchos utilizados para tapar las botellas de vino. Un mesero nos recibió, preguntándonos sobre la mesa queríamos, en la barra de madera a un lado de nosotros, se encontraba el barman atendiendo a dos hombres de mediana edad, parecía que el alcohol había hecho ya su trabajo en ellos y platicaban alegremente en la barra con una copa en la mano, los espejos adheridos en la pared atrás de las repisas que sostenían las botellas hacían ver al recinto más grande de lo que en realidad era y las plantas hacían más fresco el lugar. Pasamos entre las mesas dispuestas en filas, su color contrastaba con la loseta del piso, en las paredes había cuadros con figuras un poco extrañas, algunos parecían manchas hechas con las manos y embarradas por todo el lienzo, con colores que poco combinaban unos con otros. Pedimos una mesa del fondo, cerca de la pista de baile y de la ventana desde donde se podía ver una parte de la calle, más atrás había un pequeño espacio con un letrero que indicaba los sanitarios. Nos sentamos a ambos lados de la mesa, mi anfitrión con una leve sonrisa en el rostro le hizo una señal al mesero que sacó un pequeño cuadernillo para tomarnos la orden. Apenas cuatro mesas estaban ocupadas en todo el bar, las notas de una canción “ochentera” se escuchaba de fondo, una canción que conocía perfectamente y que me traía agradables recuerdos de mi niñez.



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viernes, 20 de febrero de 2009

No me basta


No basta morir, dejar de respirar voluntariamente
o meterse una bala en la cabeza, no basta.
No basta dejar que los gusanos beban mi sangre y deambulen
como vagabundos por mi carne
o que mis huesos se hagan polvo y se esparzan
por todos los caminos que he andado,
en esos lugares en que he perdido la memoria
en esas memorias en que alguien desconocido tal vez,
me reconozca .

No basta cerrar los ojos para morir,
ni que las reglas de este vivir se quebranten o se olviden
y regados, el polvo de mis huesos por infinidad de vientos
y mi carne en cualquier tierra y mi memoria en el mar,
¡qué no me basten!, ni me baste tu perfume en las flores
o dejar el cruel respiro, ni abrir los ojos a la luz
-hojas de otoño entre todos mis tiempos-,
inéditas sombras de carmín bajo tus labios.

No señor,
¡qué no me basten!
para tenerte, conmigo.

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miércoles, 18 de febrero de 2009

Habría


Habría que quitarse las costras de este mal querer
para que sane la carne y la piel.
Habría que esperar un año o dos o tres, para llegar
y ser.
Habría que desearse todo el amor del mundo, el viento,
el mar, la playa, para confundirse con tu universo.
Habría que fomentarse en el olvido, sin memoria se muere,
si que se muere, el tiempo.
Habría que borrarlo todo sobre la faz del corazón y la nostalgia, para dejarse ver un solo instante, alegre.
Habría que dormirse y dejarse mover poco a poco, para despertar después, en un año desconocido, en otra parte.
Habría que quitarse la piel a cachos, o completamente para ser insensible a todo.
Habría que salirse una y otra vez de las entrañas del mismo amor, para alcanzarte en el aire de un suspiro.
Habría que desacostumbrarse a no despertar sin ti a mi lado
para quedarse dormido y estar siempre a tu costado,
_________________-o encima de ti o por debajo.
Habría que quedarse callado y quieto,
sólo quieto, para observarte y quererte y amarte…


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domingo, 15 de febrero de 2009

Eighties Bar (Capítulo I)

Las gotas de agua comenzaban a caer muy lentamente. Grandes gotas de agua que se estrellaban en el suelo como queriendo penetrar hasta el mismo centro de la tierra y quizá queriendo disuadir así a la gente de la inminente tormenta que se acercaba. Yo lo miraba todo a buen resguardo, cubierto por la marquesina de un pequeño bar en la esquina de la calle más larga de la ciudad. A esa hora de la tarde la gente se apresuraba, algunos regresando a su trabajo, otros tratando de llegar a su hogar y algunos otros buscando sin cesar un lugar donde cubrirse de la lluvia, momentos después la calle quedó semidesierta y sólo transitada por los autos en su ininterrumpido vaivén a lo largo de la calle y por las gotas de lluvia que aumentaban su número y la frecuencia con que se estrellaban en el pavimento.

Observando la caída del agua desde el lugar en que me encontraba meditaba y me daba cuenta que mi ánimo estaba de acuerdo con aquella atmósfera de tristeza pues tenía en el bolsillo apenas algunas monedas para mi pasaje de regreso a casa, había tenido una entrevista de trabajo a unas cuantas calles de ahí y no me había ido nada bien, para ese entonces la cuenta de todas las entrevistas que había tenido en el último mes se encontraba perdida. No sé porque la mala suerte optó por fijarse en mi, se enamoró y me desposó sin pedirme permiso, lo cierto es que de las tantas entrevistas que tuve desde que salí de la escuela en ninguna parte me aceptaron, llegué a pensar que no estaba preparado para todo ese mundo voraz que sólo se alimentaba de métodos y de dinero, ese mundo en donde el amiguismo y las recomendaciones van por encima de todo, incluso de la inteligencia, de ese mundo moderno que calcula tus pensamientos, tus intereses y tus pasatiempos y los mide en números y con exámenes que no sé quién invento, un loco, eso es lo más seguro.
El lugar donde me encontraba era un bar llamado “Eighties Bar” y tenía como entrada una pequeña puerta de metal con vidrios polarizados y letreros fluorescentes donde se ofrecía música de la década de los ochenta y algunas copas. De muros grises, ventanas y vidrios iguales a la puerta, letreros anunciando espectáculos nocturnos y copas de cortesía para llamar la atención de los pocos transeúntes a esa hora de la tarde. Había muchos más comercios en esta parte de la ciudad, tiendas comerciales, farmacias y restaurantes, había también y un poco más lejanos algunos bancos y edificios de oficinas y a unos pasos de donde me encontraba estaba la entrada del metro de la ciudad.
Estaba agobiado por la presión de la cita de trabajo así que después de haberme entrevistado y terminar con la clásica frase –“nosotros te llamamos” –, me desanudé la corbata y desabotoné el cuello de mi camisa, sintiendo así un poco menos de presión en la garganta permitiéndome respirar mejor y deshacerme de la presión y el malhumor que tenía debido al coraje hecho momentos antes. A mi mente llegó un dicho popular cuando miraba las gotas caer en los charcos que se arremolinaban ya en la calle y que decía: ¡Qué bello es ver llover y no mojarse! Aunque en otro contexto, esto se aplicaba a los momentos que estaba pasando.
Llegaron los recuerdos como nubes, y a mi mente llego una tarde como un rayo de luz, una tarde como esa y unas frases de mi padre.
–Papá, ¿por qué llueve? –Mi padre en aquel entonces era un campesino que, donde quiera que iba dejaba el olor de la hierba, de la tierra húmeda, de aquellos amaneceres llenos de niebla y de un sol que tímidamente se apresta a salir, del río que desemboca en el mar y del sudor de su trabajo. Un hombre rudo con la única educación que la vida le dejó, sabía los secretos de la tierra y la sabiduría del tiempo para sembrar y criar animales, era un hombre que luchó por labrarse un porvenir y lo logró pero como un hombre de campo, no administró sus bienes y poco a poco se fueron difumando en el aire, hasta quedarse con las manos vacías.
–La lluvia es un regalo de Dios – Respondió aquella vez.
–Y, ¿quién es Dios? –Preguntaba yo con una cara de franca inocencia.
–Dios hijo mío, es el padre de todo y de todos, es el padre del agua de ayer y de hoy y de siempre, es el padre de la hierba, de los animales, del día, de la noche, del viento y de los árboles y de todo lo que tus ojos alcancen a ver, de tu destino y del mío, mi padre lo llamaba “suerte”.
¡Qué sencillo era todo eso!, ahora mi vida se perdía entre las entrevistas de trabajo y las desilusiones de nunca ser llamado, se perdía entre la desesperación de sólo contar con el pasaje de ida y vuelta, entre el hambre y los aparadores que a veces se movían como fantasmas y ofrecían productos que no podía comprar.Siempre me he preguntado, ¿cómo le hará la gente para sobrevivir y ser tan indiferente a cada universo individual?, ¿cómo se puede sobrevivir en el día a día, con trabajos mal pagados y con las ilusiones muertas o agonizando?. ¡Qué asco!, si, ¡qué asco de vida llevamos!.

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viernes, 13 de febrero de 2009

Eliza...


Se recorre la noche entre tus pasos de cristal,
quién sabe qué será lo que busco entre las calles,
en las escuelas sin nombre, en los relojes sin tiempo,
en el interior de los cuartos oscuros
y a solas,
en las sombras de ventanas fantasmales
al filo de de las diez.

Dicen que no puedo salir antes de tiempo
y que el amor se consume en el día a día mortal,
amor diario, consumido, impregnado en la última gota de luz que bebo,
en la última brizna de hierba con tu olor.
Y a veces soy yo el que sólo te busca a ti,
el que te persigue cada noche en sueños,
el que te consigue.

Sólo veo a través de lo que me hace temblar,
y lo que me hace temblar es tu sangre silenciosa
y tibia y bohemia, como yo que entre tanto y tanto
poso mis ojos en tus pantorrillas y tus caderas.
Tú, grácil figura siempre anhelante de una caricia,
siempre delante de mí iluminando espacios
donde me encuentro yo mismo y solo.

De antemano te digo que no hay más oscuridad
que la que dejas atrás de ti, estela donde ahogo mis pasos
y mi voz.

¿A qué hora, en qué momento te resbalas a mi espalda
y tu cuerpo busca mi cuerpo?
¿En qué sitio del amor te encuentro, para robarte un beso?
Un beso robado, tu cuerpo sediento de mis manos
me espera entre los albores de madrugadas enteras
llenas de sombras, de ternuras escondidas en el paso a paso de tus pies,
en el anhelo clavado, insomne, en la búsqueda de tu huella
dejada como hoja de otoño detrás de ti,
-hojas de tiempo diría yo-,
de los días en que estás conmigo.


Eugenio
(Alevosía)
Febrero 13 del 2009


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domingo, 8 de febrero de 2009

Busqueda...


Se busca intensamente
como si en ello nos llevara la vida,
damos vueltas y vueltas
una y otra y otra vez, sin hallar respuesta.

¿Dónde se solidificó Dios?
pudo ser que en la conciencia del hombre,
puede ser que en esa pequeña voz que nos detiene
y que nos impulsa en sentido contrario,
como la negación de un imposible.

Lo buscamos más allá del rezo
y hablamos fuerte y gritamos a veces
creyendo que de esa forma nos oye.

A veces quisiera ser grito para estar cerca de él
y lejos de mí mismo.

¿Dónde queda Dios?
En el pecado que inventamos para saber que existe
y que nos perdona,
en el amor que sentimos o que nos abandona,
en una adoración en silencio
sin conocer el lugar donde para.

¿Qué, si lo buscamos en el metro,
en las calles, en los mares o en los cielos?
¿Qué, si en los ojos vagabundos del recuerdo,
en aquellos desmemoriados del tiempo,
que gritan y gritan sin ser escuchados?

¿Dónde se encuentra Dios?
A veces nos olvidamos del lugar que lo vio nacer,
de esos pequeños detalles que se pasan al vivir y vivir
y no lo encontramos ya, ni en el horizonte,
ni en el metro ni en las calles ni en los cielos,
o en las inmensidades del rezo.

Ya no está Dios,
ni en las paredes de la iglesia,
ni en los colosos de plata o de oro que son adorados
ni en las iglesias bañadas de ambiciones…
Ya no está Dios,
ni en el reloj del papa ni en su báculo,
ni en la realidad que se compra o se vende...

No está más,
sino en el espíritu descarriado,
en el espíritu vagabundo, hambriento,
del corazón ingenuo del que nada sabe.
No está más, en ninguna parte,
sólo en mi espíritu y mi corazón…

Eugenio
27 de septiembre del 2004


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viernes, 6 de febrero de 2009

Blanca...



Ahí estas, muda y sencilla y blanca
nieve de invierno, sentimientos no expresados
que se guardan hasta llegar el día
y llegando el día eres nueva y estas casta y blanca.

Yo te desvisto cada noche,
desvistiéndome el corazón y la soledad
desvistiendo el café y la harina, pan en que te conviertes
fuera de mí, de madrugada.

A veces eres indiferente, pero me miras y me acompañas
y yo te amo como a nadie, como a nadie
te entrego lo que me falta… y lo que me falta eres tú.

Creo yo que no hay amor más puro y más sano
que el tuyo y el mío, compañera de sueños
de silencios, de tardes de sol o de lluvia
de mismas calles, mismas caminatas, mismos silencios, ventanas,
mismas letras.

Hay noches en que no te toco, ni te miro
pero tú sabes que pienso en ti, en tu espalda de marfil
en tu vientre en que me vierto lentamente,
sin mirar atrás, en el mismo instante en que se crea el verso.

Y siempre estás aquí, en la dulce espera
en la dulce melancolía de apenas unos minutos de amor
de confesiones innecesarias que se quedan en tu cuerpo
tal vez,
para siempre.

Una caricia apenas, una mirada que no dice nada
quizá una lágrima o un reproche en silencio
y sólo eso me basta para crearte del barro de mis cenizas
del fuego, de las pequeñas cosas que los poetas hacen grandes
como si todo lo pudieran.

Yo sólo me entrego al placer
de hacerte el amor a todas horas y dejar que a todas horas
te adueñes de mi,
de la esencia que secunda mi sombra y de lo que pienso
y lo que escribo…


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miércoles, 4 de febrero de 2009

Del mar...


(Del mar...
de aquel lado del mar,
vienes tú y yo te espero...
al final del tiempo)

Del gran desierto ingrávido
que es el mar,
de las emociones que encierra
este animal solitario,
tierno, sencillo y solitario
y tierno,
vienen los momentos tristes,
las alegrías y los dolores
danzando entre las olas.

Con miles de rostros meciéndose
entre las oscuras gaviotas
que revolotean entre el aire libre,
y entre la voz que se parte en mil pedazos
y que canta una canción no entendida,
yo, en mil partes me he partido
para entender este dulce canto
de amor.

Del mar,
de la inmensa cortina que es el mar,vienen los días de lluvia,
el viento furioso,las horas, iguales a estas horas.
El destino viene del mar,
del gran desierto del mar vienen las lágrimas de Dios,
sus risas, su soledad, y viene él mismo juzgando,
sentado en la interminable ola del viento.
Del mar también,
del gran viejo que es el mar, viene la vida
y viene el agua andando, como el humo del cigarro que agoniza
en los sentimientos profanos
que se escriben y se escriben
incesantemente entre las páginas
de un libro cansado
y en blanco.

Del mar viene la razón
y viene la felicidad cantando.

Y yo soy como la playa desnuda
que siempre espera algo inoportuno
y repentino.

Yo soy la playa
que agoniza siempre en la eternidad
de un roce de agua...


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lunes, 2 de febrero de 2009

A Zaira...


A la chica que ayer estuvo conmigo…

Este desear que no se quita de la mente
me lleva a pasos y a ratos al placer de mirarte,
de tocarte, de posar mis labios en ti,
en tu cuerpo duro como el aire,
y como el aire, delgado.

Pasión que se cubre de mil colores.
Y tú yaces abrazada a mi cuello, en la cama, distante,
distante de mi y de ti, de los muebles que nos miran
mudos como yo, robándose el misterio del humo
-que no hay.

Hoy te recuerdo entre las palabras que no dijimos
los silencios que inventamos con suspiros,
gemidos que no cesan entre tu cabello y el mío,
olas de mar entre la gente que indiferente se yergue afuera,
ignorantes del pantalón, la blusa y la luz mortecina
en el suelo, tendidos.

Eres incógnita, de nombre diferente,
bruja, sencilla ilusión que se pierde en la tarde
y en el tiempo de una entrega.
¡Oh, diosa del amor!, a ti me entrego sin reservas
a ti te maldigo por llevarme en las alas del placer
y te perdono,
y te bendigo como lo que siempre has sido, mujer.

Todo vuelve a ser uno mismo,
y se queda perdido en el tiempo
y en el nombre que te acompaña
y fue hombre y dichoso por tenerte un momento
por estar contigo…


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