lunes, 13 de abril de 2009

Dos lápices


Dos lápices...

Uno dibuja tu rostro,
tu rostro despierto que se cruza entre mis sueños,
la hoja que cae eternamente, y corta el viento.
La tarde se mece, se acuesta entre las montañas
que figuran en tu pecho, la tarde,
la tarde dibuja tu cuerpo.

El otro es solo una mano
que te escribe a todas horas y canta
y llora líneas figuradas en el amanecer...

de tus labios.

Copyright © Eugenio.– Todos los derechos reservados

viernes, 10 de abril de 2009

Coso (Dueto con Abstrusa)


Hay que secarse al tiempo
dejar que las alas levanten el vuelo

.........admitir que los sueños

.......................son una posibilidad
y permitirse morir un rato,

.................respirar el silencio de los cuerpos

nada se me ocurre más que eso
dejarse arrastrar por el mundo...

en tus manos.


abstrusa
Eugenio

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Eighties Bar (Capítulo IX)

Mientras la mujer hablaba, yo sentía una opresión terrible en el pecho, como si sus palabras fueran manos y entrarán en mi carne con un dolor ciego a apretarme el alma.
–Te he esperado por mucho tiempo –Continuó la mujer con una mirada llena de ternura y tristeza a la vez–. Te he amado, siempre en silencio y cada vez que sonreías a alguien yo estaba ahí contigo, detrás de tu alma, pero no tú me veías y siempre me relegabas a un segundo plano, mírame ahora, ¿acaso no te gusto?, ¿acaso no sientes ganas de tomarme en tus brazos para siempre?, ven y en mi hallarás el consuelo para tu soledad.
Esas fueron sus palabras, luego vino el silencio y todo comenzó a dar vueltas a mi alrededor, ser deseado por alguien como esta mujer me llenaba por completo y este deseo era diferente al que hasta ahora había sentido por alguien, después todo comenzó a perder el sentido, mi esencia comenzó a evaporarse como el agua, me sentí borracho de nuevo, sentí el hambre que devoraba mis entrañas, sentí esa necesidad de ser aceptado en todas partes, sentí también la soledad de los muros de mi estancia, en aquellas plantas al pie de la escalera, en esos colores que siempre me habían parecido alegres y que ahora perdían todo sentido, sentí la presencia del hombre en mi interior que quería brotar y arrancar todo de tajo, sentí la necesidad de abandonar la vida por esa mujer.
–Se cuanto me deseas, pero te rehúsas a demostrármelo, ¿no es cierto? –Prosiguió la mujer– el deseo siempre brota por los ojos y tus ojos hablan de lo que quieres, ven.
–¿Eres hermosa mujer, y un hombre no se resistiría a tus encantos –Contesté, en ese instante mi corazón se inundo de nostalgia, lloraría por siempre, ésta no me abandonaría ya jamás, nunca más.
–Seré tuya y tu hambre desaparecerá, tú serás mío y ya no nos dejaremos. Come de las frutas de mi árbol, come de mí, hasta saciar tu hambre.
Todo parecía perder el sentido, no entendía muy bien las palabras de esta extraña mujer ni entendía su propósito. Después todo pasó muy rápido, entonces comprendí el deseo de Adán por Eva, comprendí que el pecado original es el amor y me sentí triste de carecer de él. Es cierto, me había ganado el cielo pero, ¿de que vale el cielo si no tengo amor?, ese pecado es lo que nos hace sentir humanos, es un sentimiento que ni el mismo creador puede salvarse de él.
Volví hacía la mujer una y otra vez, ella estaba ante mí y sus manos agarraban las mías llevándolas a su talle, esas manos, cual palomas aferradas al aire de la tarde, me indicaban el camino, ella sonreía con una especial ternura. Recorrí su cuerpo entonces, con una avidez inaudita, la desnudé poco a poco, y mis labios saboreaban aquella fruta prohibida que colmaba mi cuerpo, ya con el deseo irrefrenable del sexo, ya con el deseo de amar y sr amado. Nuestras bocas se juntaron en un beso interminable y no supe ya de mi cordura. Mi deseo fue expresado en su máximo esplendor, dejándome llevar hasta perder la razón, entendí que la serpiente estaba con nosotros y su veneno ensartaba nuestro corazón y los juntaba, nos amamos entonces ahí mismo bajo el árbol y después, mis manos cansadas de recorrer su cuerpo quedaron inertes con mis ansias y mi hambre satisfechas.
Cansados, mis ojos se posaron en los suyos y ese especial brillo que tenían se apoderó de mis adentros, al mismo tiempo la negrura que me había llevado ahí, se despertó inclemente como esperando el preciso instante para hacerme el hombre más infeliz del mundo, porque me arrebató de sus brazos y de su imagen, llevándome de nuevo a mi cuarto. Desperté entonces, como un hombre que, quebrado del sueño levanta aún adormilado y quiere regresar a él pero le es imposible y sólo se conforma con los recuerdos, quizá sólo fue eso, un sueño pero en todos estos días no he dejado de pensar en aquella mujer, aún su tristeza está en mi alma y no lo entiendo aún, pero sé que ya no nos separaremos nunca más.
El hombre extraño, volvió muchas veces, siempre en la noche y siempre me llevó al mismo lugar con ella, supe desde entonces que mi vida le pertenecía y que ya no era mía. Esa es la razón que me ha traído a esta posición, ahora no sé qué hacer, quiero estar con ella por siempre...
Habíamos pactado un encuentro en la facultad –Continuó el hombre en un tono diferente al que había utilizado para narrar la historia–, al no llegar fui a buscarlo y lo encontré muerto, colgado como ya te lo dije antes. Dos lágrimas encontré en su rostro. Creo que no resistió la tristeza de no verla más, a sus pies, sobra la cama había una nota dirigida a mí, quizá sabía que lo iría a buscar, en ella cuenta que esa misma noche recibió la visita de esa mujer, le reveló su nombre el cual no escribió, que la amó una vez más y al final ella le dijo que ya no la vería, hasta que la muerte llegara por ambos.
He hecho conjeturas desde entonces, creo que el nombre de la mujer es “tristeza” y que por la forma de morir de él, no pudo seguirla, tenía que buscar otro camino y llegar así a donde ella se encontraba, de esta forma vaga por el tiempo llevando consuelo a los desesperados y dejándoles su experiencia para que cada uno saque de ella el mayor provecho que pueda. Yo lo he visto alguna vez. Debo confesar también que aquél día, cuando lo encontré, hallé un sombrero igual al que me había contado que usaba el hombre, ese sombrero junto al bastón se encontraban sobre la cama.
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