jueves, 1 de abril de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo IV

Comencé a andar por el camino indicado en el mapa, volví a mirarlo y me quedé sorprendido al descubrir que se había borrado a la mitad, al dar una vuelta en el camino éste se borraba ¿qué podía hacer entonces?, estuve a punto de regresarme y después de meditarlo por unos momentos decidí seguirlo hasta esa parte, estaba seguro que algo pasaría aún sin saber lo que sería. Seguí la ruta con mucho cuidado y hasta que llegué al punto donde el mapa se borraba. Ahí, frente a mi estaba una bifurcación, lo cual me desconcertó porque ya había estado ahí antes y lo que recordaba es que no existía tal división, yo apenas reconocía uno de los caminos así que, lógicamente decidí ir por el que nunca antes había andado.
El camino se tornaba un poco oscuro por la sombra de los árboles a ambos lados del sendero, era un pasillo con paredes de piedra superpuestas. Las hojas crujían bajo mis pies, parecía que nadie había andado por ese lugar desde hacía mucho tiempo. Seguí por el camino un largo rato, este parecía como un laberinto que entre más recorría más me perdía, había una escalera y al bajar pude ver a cierta distancia un valle y un poblado, también se alcanzaba a ver el empedrado de la calle principal y la mayoría de las ventanas abiertas, con las cortinas moviéndose por el viento, no alcancé a ver a algún habitante mientras me acercaba, pero el poblado estaba rodeado por una pared de piedra que contrastaba en su totalidad con el color de las casas y le daba una sensación de prisión al pueblo.
En la entrada del pueblo un zaguán prohibía el paso, en su parte superior tenía forma de reja, cubierta por algunas láminas de metal que no permitían la vista hacia el interior, tenía por lo menos unos dos metros de alto y unos cinco metros de ancho y se podía abrir de par en par para dejar pasar a un vehículo –o bien a una gran multitud–. Se oía el canto de los pájaros y aparte de esos cantos no se escuchaba ruido alguno junto a la reja, ninguna voz o sonido proveniente del interior. Había varias figuras de metal en la puerta, figuras formadas entre los barrotes, algunas se podían confundir con las que son formadas por las nubes cuando son empujadas por el viento y de esa misma forma se cambiaban constantemente, algunas veces me pareció encontrar algún oso reflejado en una de ellas y al instante siguiente, la figura del oso ya había cambiado por la de otro animal y así sucesivamente, terminé mareándome por tanto movimiento.Había un letrero también, con unos símbolos que al igual que las figuras cambiaban a cada instante, me pareció leer una frase y que cabe decirlo acabó desconcertándome, “La locura es la libertad verdadera, la libertad lo es todo”. ¿Qué misterio encerraba esa frase?, la repetí en voz alta y la puerta se abrió al instante dejándome estupefacto por unos momentos, cuando salí del trance pasé con gran recelo por la puerta abierta, una desconfianza que nunca había sentido me vino de golpe, entonces recordé que alguien me había dicho alguna vez: “los seres humanos siempre tenemos temor de lo desconocido y este temor es inherente a nuestro instinto de conservación, este instinto nos sirvió de mucho en el pasado y aún permanece en estado salvaje, si se domina este temor, siempre se estará un paso adelante de los demás” –y se puede considerar como un triunfador–. Terminé con mis propios pensamientos cuando pasé por el zaguán abierto ya de par en par.


Copyright © Eugenio.– Todos los derechos reservados

No hay comentarios: