viernes, 7 de mayo de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo XII

La nota estaba sobre la mesita donde la noche anterior había visto el mantel, la noté porque parecía que fue dejada a propósito para verla, así que la leí con gran avidez.
Amigo mío.
Hasta ayer mi vida navegaba entre las brumas del encierro, no hablo del encierro físico, hablo del encierro del alma, que a mi parecer es el más terrible y solitario que puede haber. En la noche he tenido de nuevo el mismo sueño que me ha estado atormentando toda la vida, pero ahora ha sido diferente, creo que con tu llegada he descubierto lo que me ha querido decir desde hace tiempo, descubrí que el sueño me incita a seguir mi destino donde quiera que este se encuentre.
Hay mucha gente que tiene miedo en buscar su propio destino y tiene miedo a soñar, busca en el deseo el remedio contra la soledad o bien se emplea en algo que al final le frustra y viven un sueño que no es de ellos, entonces los problemas los agobian y terminan deseando escapar de la realidad y todo por miedo a la soledad, vivimos consiguiéndonos problemas para lidiar con ellos, para sentirnos vivos y morir por ellos.
Hay gente que se consuela diciendo que se es lo que se puede ser y no lo que se ha soñado ser, pero ese es un pensamiento para cobardes que no quieren seguir la aventura de vivir su sueño y no lo hacen y sin embargo la vida nos pone muchas oportunidades más de cumplir con nuestro destino, y cuando decidimos seguirlas ya hemos desperdiciado parte de nuestra vida en vivir banalmente. Parto hoy a buscar mi sueño, como despedida solo quiero decirte que cumplas con lo que has soñado siempre y busques tu camino, no en la gente que te rodea si no dentro de ti mismo, en tus sueños, en tu alma y de antemano sé que serás siempre feliz. Me despido deseando que encuentres tu destino muy pronto.
Gracias por enseñarme... a hacer realidad las ilusiones.
La carta me dejó feliz, hay gente –y en eso le daba la razón– hundidos en el trabajo diario, aburridos de estar viviendo por un sueño que han pospuesto día a día, consolándose de que habrá un futuro, y ¿si nos morimos hoy, o mañana?, ¿qué pasará?. El futuro es solo una ilusión, es un sueño que hay que seguir, pero teniendo en la conciencia que podemos terminar hoy mismo, o mañana. Nadie tiene la vida comprada.
Me alegraba mucho que mi anfitrión siguiera su sueño, ahora tenía que preocuparme por el mío, el propio y que a decir verdad era el mismo. ¿Cómo podía saber el significado?, me había dado cuenta que para seguir un sueño no era necesario ser joven, el camino de la vida es muy largo y es cuestión de nosotros el poder disfrutarlo, yo lo comparé con una vereda llena de hoyos en las que, si no se tiene cuidado se puede uno caer y ya no levantarse.
Dejé la casa esa mañana, el sol ya levantaba en la vereda los fríos vapores de la madrugada y el mundo se despertaba poco a poco, como desemperezándose del sopor nocturno que lo tenía preso.
Nunca había visto una mañana como aquella, los vapores del rocío elevándose al cielo poco a poco, y los rayos del sol que jugaban con las partículas de agua a pintarlas de colores haciendo de ellas miles de pequeños arcoíris, sin querer se me vinieron a la mente varios recuerdos de cuando niño nos mojábamos con mi familia en el patio de la casa, los rayos del sol hacían lo mismo en aquel entonces. Recorrí la vereda por la que caminamos la noche anterior y así salí a la calle y vi el parque aquella mañana. Se notaba algo diferente, tan lleno de vida pero aún en soledad, quizá siempre estuvo así y quizá por eso era tan feliz.Tomé por la calle que según me llevaba a la salida de aquél poblado tan lleno de locura como decía en el cartel que leí a la entrada, caminé varias horas y estaba tan distraído que no me percaté de que en las casas en esa parte del poblado comenzaban a verse con un poco más de movimiento, había muchas personas con vestimentas azules, como las que usan los cirujanos, varias personas con vestiduras blancas también, se sentía más tensión en esta área del pueblo, en las ventanas había barrotes, en los patios se podía ver las rejas y arriba de ellas el alambre de púas enredado a modo de que nadie pudiera brincarse y entrar o bien escaparse, afuera la calle estaba desierta. Cuanto miedo se respiraba en el ambiente, cuantas barreras se empeñaba en poner la gente y cuanta soledad estando juntos.

Copyright © Eugenio.– Todos los derechos reservados

No hay comentarios: