martes, 11 de mayo de 2010

La Cidad de los Sueños

Capítulo XIII

La confianza que hasta ese momento me había acompañado me abandonó, y apresuré el paso para poder salir de ahí lo más pronto posible –el miedo es un sentimiento involuntario que nos ayuda a sobrevivir, siempre tenemos miedo de lo que no podemos controlar–, pensaba para mis adentros –si tan solo pudiera controlar mis pensamientos–, terminé diciendo.
– ¡No dejes que me lleven! –Gritaba la mujer que había salido de repente en una esquina, se notaba algo agitada y daba la impresión de que había estado corriendo durante un buen rato.
– ¿Qué le pasa?, –Le dije tratando de calmarla y tomándola de los brazos.
La chica no pasaba de los veinticinco años, traía una chamarra de mezclilla azul y el cabello castaño le caía como cascada en la espalda, de media falda a la pierna y una playera blanca. Estaba histérica y no me hizo caso, quería seguir corriendo hacía la dirección a la que yo me dirigía, la tuve que sujetar con fuerza para poder calmarla y decirle que atrás de ella no había nadie que seguramente estaba confundida, al hacerlo trastabillamos los dos y caímos al suelo entonces pude ver sus ojos, eran de un negro profundo y estaban arrasados en lágrimas y llenos de terror.
Sentí lástima por la chica al verla así, tan indefensa y tan llena de miedo que quise protegerla contra todo y contra todos así que traté de calmarla. Tenía la fuerza que da la histeria y trataba de zafarse de mis manos a como diera lugar, y volteaba hacía la casa de donde había salido. Hice muchos esfuerzos para mantenerla quieta contra el suelo, así estuvimos por unos minutos que a mí me parecieron una eternidad, ella no cejaba de su lucha y en más de una ocasión estuve a punto de soltarla.
– ¡No dejes que me lleven! – Volvía a repetir frenéticamente–, ¡No dejes que me toquen!
Repetía una y otra vez la pobre muchacha, traté de ver quién la seguía, pero no pude ver algo que la amenazara, comprendí entonces el poder que tiene la desesperación sobre el cuerpo humano y sobre la mente.
– ¡Nadie la sigue!, ¡nadie está aquí!, ¡trate de calmarse por favor! –A esas alturas el cansancio y la sorpresa me estaban venciendo y, estaba a punto de soltarla cuando su inconsciencia vino en mi ayuda.
Estuve un largo rato mirándola, la llevé a un lado de la calle en donde una casa hacía un poco de sombra, saqué la botella de agua que había llenado en la casa de mi anfitrión anterior y me dispuse a refrescar un poco su frente, muy a mi pesar no pude menos que admirar su belleza, allí tendida en el suelo parecía la bella durmiente del cuento que de niño había leído, en algunos momentos tuve el impulso de irme pero, sentía mucha curiosidad por lo que le pasaba, ¿a qué le tenía tanto terror que venía huyendo tan rápidamente?, ese mismo temor de lo inexplicable que vi en sus ojos me había impresionado bastante. Lo curioso de todo esto es que las casas se habían quedado en silencio, el cual era roto por el murmullo que hacía la gente unos metros atrás, de vez en cuando se oían algunos silbatos que sonaban muy bajito, parecían ser usados muy lejos. Pasaron dos horas aproximadamente, cuando la chica comenzó a reanimarse, lo cual le costó un poco, pero al fin se recuperó y al verme se quedó en silencio, su cara no reflejaba miedo, si no curiosidad.
– ¿Quién eres tú? –Preguntó mirando al suelo, los cabellos castaños que le cayeron en la frente como cascada la hacían verse más hermosa.
– Yo no soy de aquí –contesté rápidamente–, solo voy de paso pero, dime ¿qué es lo que te pasó hace rato?.
– Escapaba de ellos –Me dijo bajando la voz como queriendo no ser escuchada.
– ¿De quienes?, ¿Quiénes son ellos? –pregunté con una gran curiosidad reflejada en el rostro.– Todo empezó una noche –Comenzó a hablar, yo escuchaba con atención presintiendo que la chica que estaba a mi lado iba a confesarme algo que la lastimaba por dentro y que ya no podía guardar más–, estaba en mi casa con mis padres, la cena había terminado hacía ya unos momentos, era ya tarde y tenía rato que la noche había comenzado. Veíamos la televisión sentados en nuestros sillones tan cómodos que daba flojera levantarse hasta por un vaso de leche, pues bien mis padres me dieron las buenas noches y me recomendaron que no me quedara tan tarde viendo la película. Me quedé y no me di cuenta el momento en que me quedé dormida, lo que sí sé es que el sueño comenzó un poco después, ¡ese maldito sueño que desde ese entonces me acompaña!, en él yo me encontraba caminando por una vereda que estaba rodeada de árboles, a lo lejos y enfrente de mí se veía una luz enorme que parecía el sol, está luz se hacía pequeña primero y después se engrandecía cegándonos por momentos, pero yo no desistía y seguía en mi camino, inconscientemente sabía que iba en busca de algo importante y eso me daba más fuerza para seguir, parecía hipnotizada por que no podía voltear a ver a los lados por el miedo a que la luz desapareciera. Caminé por largo rato hacía ella, cuando pude mirar a mi lado los árboles daban paso a casas como las que hay aquí, yo seguía sorprendida por que en el sueño parecía que estaba consciente y despierta, viviendo una vida que no era mía.

Copyright © Eugenio.– Todos los derechos reservados

No hay comentarios: