domingo, 21 de marzo de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo II

Me tomó algunos días preparar todo para la partida, viendo la distancia que marcaba el mapa calculé el tiempo que me tomaría llegar, supuse que tres días a lo mucho, lo más extraño de todo esto es que sabía qué dirección tomar, pero no recordaba haber visto esa ciudad en otros mapas, es más creí haber visto en esos lugares solo lotes baldíos y algunos árboles y veredas solitarias, así que también me llenaba de misterio y curiosidad el viaje y muchas veces me parecía una soberana tontería y una tonta broma como decía mi madre en aquellas épocas infantiles; lo cierto es que había llegado a esos lugares sin la ayuda del mapa y en carro, de esa forma no sabía el lugar exacto en que se encontraba la ciudad y también reflexionaba a veces acerca de si se trataba de una ciudad, pues tenía que estar demasiado grande para pasar desapercibida.
Pues bien, empaqué algunas cosas como para una ausencia breve poca ropa y poca comida para el viaje, ya con esto decidí encaminarme al punto de partida que el mapa indicaba, este punto estaba entre dos cerros en donde jugaba de niño con mis compañeros de escuela, aún recuerdo esas tardes inolvidables cuando en un montón de arena que formaba un pequeño precipicio saltábamos al aire ilusionados en poder volar lo más lejos que podíamos, aunque debo confesar que nunca he sido muy fuerte y mis saltos no llegaban muy alto, pero la suavidad de la caída y las vueltas que dábamos hasta llegar al suelo eran la mejor recompensa para el efímero vuelo, recordé todo esto porque al pasar por ese camino vi el mismo montículo ya olvidado, la misma mina que hoy en día sigue proporcionando arena y me pareció verme a mí mismo de pequeño, saltando entre esa arena roja, entre el polvo que se formaba a cada salto, entre la algarabía de nuestras risas y nuestros gritos infantiles.
Aún me faltaba recorrer un poco más de camino para alcanzar el punto de partida y para llegar ahí tenía que pasar por una subida hasta la falda de los dos cerros, el camino de terracería serpenteaba un poco por la subida hasta llegar a su punto máximo en donde existía otra mina al pie de otro cerro que ya agoniza y en el cual se podían apreciar algunos camiones de carga que a esa hora de la tarde aún estaban cargando la arena colada de la mañana, subían a través de caminos que rodeaban el cerro hasta donde estaban los trascabos que vertían la arena en un tamiz gigante que era soportado por unas paredes gruesas de hormigón, abajo los carros de carga saliendo uno a uno, vaciando poco a poco las entrañas del cerro.
Siempre he imaginado a los cerros como gigantescos animales, y en ese momento imaginé a éste aullando de dolor y mirando sus entrañas salir poco a poco, sentí lástima de nosotros mismos, acabando con la naturaleza y tratando de saciar nuestra inagotable hambre de destrucción y poder.
Estuve parado un largo rato observando todo el movimiento hasta que una ráfaga de viento me sacó de mis meditaciones y me obligó a seguir mi camino, éste comenzaba a bajar unos metros adelante por la ladera de arena, unos árboles a ambos lados del camino hacían sombra cubriendo todo lo ancho del camino este tomaba forma de una boca oscura que se tragaba todo cuanto pasara por ella.
A un lado se podía ver una construcción ya muy vieja, de pequeño se corría el rumor entre mis compañeros que esa construcción estaba embrujada. Lo cierto es que siempre había estado vigilada por perros y aún hasta la fecha hay muchos de esos animales ahí.
El mapa daba indicaciones precisas acerca del primer punto en donde comenzaba el recorrido, éste punto se encontraba exactamente en medio de los dos cerros, uno conocido como el de “las tres cruces”, éste cerro milenario estaba constituido por roca pura y es por eso que los mineros no lo habían tocado, junto a este estaba otro cerro al que llamaban el de “la tortuga”, por su forma que, aunque ya un poco deteriorada asemejaba el de dicho reptil, enfrente y atrás de estos dos cerros estaba la huella de otro más que el tiempo y el hombre se habían encargado de borrar. Ahora solo se ve el horizonte azul del cielo y en donde alguna vez hubo una gran vista, ahora solo quedan los recuerdos.
El primer punto de referencia estaba entre este último y el cerro de la tortuga y enfrente del taller mecánico, había precisamente como indicaba el mapa una desviación hacía un lado del camino principal, este sendero estaba lleno de arena como los otros. El sol ya se estaba ocultando en el horizonte y las sombras de la noche comenzaban a llegar, entonces me dispuse a pasarla de lo más cómodo en medio de ese pequeño campo, entre árboles y matas de hierba que había regados alrededor del camino.


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