viernes, 25 de junio de 2010

Ahí estaba

Ahí estaba,
detenido en la inmensa soledad de unos cuantos segundos,
inmerso en la labia matutina que lo devoraba
y sin embargo en silencio
viendo la caída del agua en la calle
sintiendo el paso de los segundos
y cerrando los ojos al destino.

Ahí estaba,
y pensaba en amores,
sensaciones distintas que se amortizaban en sus sienes
revolcándose en los charcos de agua a sus pies,
en la gente apretujándose a ambos lados de su cuerpo
y no dijo nada, lo devoraba su universo
ese universo distinto dentro de sí mismo
roto solamente por vibraciones lejanas,
notas clavadas por el recuerdo en algún lugar de su oído
o de su alma o qué sé yo, del corazón.

Y ahí estaba,
parado a la sombra de la cornisa
con el corazón y los ojos clavados por el agua
y más allá, a la espera de él,
su acento cotidiano
sus quehaceres de todos los días,
el trabajo,
ajenos a su universo, a la porfía de su alma con resignación
de estar ajeno en estos días en que se cae el cielo.

Y no dijo nada a nadie,
sólo dio un paso y luego otro y otro.

El agua ya no caía al suelo,
caía en su frente junto a los autos…


Copyright © Eugenio.– Todos los derechos reservados