viernes, 30 de abril de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo IX

Caminamos hacia un lado del parque, él iba delante de mí mostrándome el camino, a esas horas se comenzaban a encender las luces de las farolas como si una mano invisible y misteriosa hiciera que todo funcionara a la perfección en ese poblado y a pesar del estado de sus habitantes, que no era el más óptimo psicológicamente hablando.
Salimos del parque y nos encaminamos por un sendero aledaño a la única calle que había en la ciudad, seguimos en dirección contraria a la que me había llevado hasta ahí, nos adentramos en un jardín extenso que parecía un bosque, el césped estaba perfectamente cuidado, había también algunos árboles colocados estratégicamente para brindar sombra y dejar entrar los espacios de luz e iluminar la gran extensión de terreno que había en esa parte del pueblo y que a esa hora estaba quedándose en penumbras. La vereda terminaba en un lomita en donde el hombre se detuvo, al fondo se podía admirar la casa.
Era de dos aguas, por techo lucía unas tejas de barro las cuales combinaban perfectamente con el color de la fachada, las ventanas de madera y vidrio la hacían ver más elegante y digámoslo así, un poco más sofisticada.
El interior de la casa estaba a la par del exterior, entramos a un pequeño pasillo en el cual había dos cuadros adornando las paredes uno en cada pared, uno de estos cuadros contenía un rostro femenino en primer plano, su piel blanca contrastaba con el fondo oscuro de un atardecer en el horizonte, se podía ver en el fondo un volcán con la punta cubierta de nieve y que tenía una fumarola como despidiendo al sol que se ocultaba en el firmamento, había un pequeño poblado en la base del volcán, que se perdía entre algunos árboles de pino y con las luces de las farolas ya encendidas, quizá fue una ilusión pero las luces del cuadro parecían destellar a lo lejos como estrellas en el firmamento. La mujer que tenía el pelo al viento parecía observar un punto fijo en el sol ocultándose, creí que serían la nubes que hacían que este se vislumbrara solo como una línea amarilla, o bien las líneas de luz moribundas que cubrían gran parte del poblado y que daban un gran sentido de nostalgia al cuadro.
En la pared opuesta, había un ventanal cubierto por cortinas impecablemente limpias, y el pasillo terminaba a unos cuantos pasos, donde iniciaba la sala que no era muy grande pero si era muy confortable.
En la mesa de centro había un pequeño florero pintado a mano el cual sostenía algunos gladiolos, también entre ellos había algunos girasoles que parecían mirarme con gran curiosidad. Me senté en un sillón después de la invitación de mi anfitrión.
– Necesito un café –Dijo, levantándose y encaminándose a la puerta junto al pasillo que conducía a la planta alta–, ¿Qué te gustaría tomar?
– También un poco de café por favor.
Cuando el hombre desapareció detrás de la puerta quedó todo en silencio por algunos momentos –Este hombre debe ser un erudito pensé cuando levanté la vista y vi una gran cantidad de libros–, quise tomar alguno de los que había ahí, alcancé a ver títulos de autores notables como Friedrich Nietzsche, Hermann Hesse, Oscar Wilde, algunos tratados de psicología y algunos autores más que no alcancé a reconocer y porque el tiempo era muy corto ya que el hombre apareció en la puerta.
– He notado que te gusta leer mucho –le comenté apenas lo vi de regreso con las dos tazas de café en las manos.
– Es una de las pocas aficiones que tengo, me gusta mucho imaginar las historias contadas en esos libros –Contestó dándome una taza de café y quedándose con la suya–. A veces sueño con ellas, es como si regresara a mis etapas de niño.
– También he visto la pintura que hay en la entrada, es muy bella, pero se nota un ambiente de nostalgia y tristeza en esa mujer –Comenté dándole un buen sorbo al café.
– La pintura –repitió en voz baja y apenas audible–, Es mi otra afición, siempre he querido retratar los sueños mis sueños, los que he tenido a lo largo de la vida y que aún tengo, a veces lo logro y otras no, pero siempre trato de tener las ilusiones cerca –Dijo comenzando a beber su café.

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martes, 27 de abril de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo VIII

– Te vi desde que llegaste –Dijo el hombre que estaba parado a un lado mío, haciéndome brincar por la sorpresa, no me di cuenta del momento en que llegó–, ¿No eres de por aquí verdad?
– No –Le dije al voltear la mirada quedando frente a frente con él.
El hombre ya pasaba de los cincuenta años, el pelo le llegaba a media cabeza y la barba tupida lucía del mismo color del cabello completamente blanco, sus ojos tenían un raro aspecto porque uno era oscuro y el otro lo tenía de un color bastante claro, como si lo tuviera muerto, era la primera vez que veía a una persona con esos ojos, de mediana estatura, casi igual que la mía y su mirada era huidiza por momentos y al momento siguiente cobraba así mismo una firmeza algo extraña, vestía con unos pantalones de vestir y camisa de manga larga, sus zapatos estaban ya gastados de tanto uso.
– Voy de paso, pero me gustaría saber algunas cosas –Dije con una firmeza que me sorprendió quizá por la alegría de ver a alguien más en ese poblado–, por ejemplo el nombre del pueblo, ya que el guardia apostado en la entrada no me lo quiso decir.
– Te dije que no era de aquí –Murmuró el hombre, como si hablara para sí mismo.
– Perdón, ¿dijo usted algo? –Pregunté un poco desconcertado.
– ¡Yo no, pero él sí! –Me dijo volteando la mirada hacía un lado como si mirara a otra persona que estuviera parada junto a él.
– ¿Yo? –Volvió a decir el hombre–, ¡si tú eres el que nunca me deja hablar!
Quizá fue mi imaginación, pero la voz del hombre cada vez que empezaba su soliloquio cambiaba un poco de tonalidad. No supe que hacer, me quedé muy confuso, pero tiempo después comprendí que el problema del hombre era una doble personalidad con la cual interactuaba a cada instante, lo había leído en un libro y de momento no supe cómo actuar, solo hice lo que mi conciencia me dictaba que era comportarme con naturalidad. –Este pueblo parece más un manicomio que un pueblo –pensé para mis adentros.
– Espero me disculpes –Dijo el hombre con un tono que me desconcertó–, lo que pasa es que es muy difícil ver a personas distintas por aquí. ¿Sabes?, a veces se oye hablar al viento, el viento tiene muchas voces y estas voces a veces me dan consejos, me avisan de las cosas nuevas que pasan en estos lugares y precisamente ellas me dijeron que estabas aquí, por eso he venido a ofrecerte un poco de ayuda.
Me quedé desconcertado, no entendía nada de lo que estaba pasando pero ¿quién me lo podría explicar?, y si trataba de explicarme el ¿por qué?, nunca lo entendería y quizá terminaría como los habitantes de este lugar, así que decidí no pensar mucho en el asunto y seguirle el juego a esta persona. Recordé las palabras del guardia “algunos sufren de alucinaciones”, –Solo espero que no me quieran matar y todo estará bien –pensé.
–Hay varios caminos para llegar a la salida –Dijo el hombre–, si eso es lo que quieres saber, la encontrarás no te preocupes solamente sigue el camino que te dicte la conciencia y solito llegarás a la puerta, pero ten mucho cuidado con el guardia porque no te deja salir así como así.
– Dime una cosa, –Dije mirando al hombre a los ojos–, ¿cuánto tiempo has estado aquí?
– Desde hace ya muchos años que no lo recuerdo bien, desde que era jovencito –Volvió a entrar en un soliloquio–, pero no por mi culpa sino por la tuya, la verdad es que hemos pasado por muchas circunstancias antes de llegar hasta este momento, desde que nuestros padres nos encerraban y desde que nos abandonaron hasta ahora. ¡No es cierto!, es tu culpa que estemos aquí –Volvió a contestar el hombre en un tono de voz más alto y ya un poco enojado–, siempre me has culpado de lo que tú haces, si por ti es que estamos aquí.
– Bueno, no se peleen –Dije tratando de calmar la discusión en solitario que tenía el hombre y que ya estaba tomando tintes dramáticos y sobreponiéndome al impacto que me producía en el razonamiento lo que estaba viendo.
– Desde que comencé a soñar –Dijo el hombre adoptando una postura más tranquila–, luego comenzó la voz, primero fue como un ligero murmullo y después comenzó a aparecer él, se fue adueñando de mi cuerpo poco a poco como una enfermedad, como una gripa por ejemplo. Fuiste tú el que se adueño de mi cuerpo e hiciste cosas que no deberías.
Lo cierto es que mis padres al verme así de enfermo se asustaron y me encerraron en un cuarto, me encadenaron a la cama y me mantenían de sobras, como si fuera un perro. Al poco tiempo, un vecino descubrió lo que me estaban haciendo y llamó a otras personas, que se hicieron cargo de mi por mucho tiempo, hasta que comenzaron los sueños como una forma de escaparme de la realidad, soñando me he perdido por mucho tiempo en mundos distintos, en vidas diferentes y en sueños que no son míos, y al final ya he perdido la noción de la realidad. Por medio del sueño he comprendido el desahogo que tiene el alma.
– Es cierto –Dije con la voz quebrada por la emoción, la historia que me había contado el hombre era más común entre la gente, de lo que uno pudiera imaginarse.
– Te invito a quedarte esta noche en mi casa –Acotó el hombre de repente–, se está haciendo tarde y para cruzar el pueblo te tomará otro medio día, puedes descansar un poco, asearte y mañana sigues tu camino ¿Qué te parece?
– Me parece una excelente idea –Dije, aceptando y contento de poder seguir charlando con este enigmático personaje. Seguía teniendo mucha curiosidad por acabar de conocerlo, y la misma curiosidad me llevaba a querer conocer su espacio y lo que hacía. En realidad, sentía un poco de temor al principio, puesto que no se ve esta clase de personas a diario pero el temor se disipó al hablar con él. Pensándolo bien, yo también tengo una voz interior que me dice lo que está bien o lo que está mal a su juicio, esta voz me reprocha cuando hago algo que llega a considerar malo y me exige más cuando hago algo bien, a veces me gusta que esté conmigo y otras no tanto, porque amplifica mis temores, mis inseguridades y mis emociones, son pocas las ocasiones en que me da ánimo y a cada rato me dice lo que tengo que hacer para cuestionarlo después. Esa voz es mi conciencia y claro, no a todos se nos exterioriza como a este hombre, pero todos sabemos que ahí está.

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sábado, 17 de abril de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo VII

Llegué al parque sin ver a otra persona, las casas por el camino estaban desiertas aunque en apariencia se notaban ciertos aires de vida dentro de ellas como si estuvieran habitadas, la tarde estaba cayendo y me sentía un poco cansado. Ahí, en el centro del parque había una fuente singular, en la base había figuras de mucha gente que estaban unidas sosteniendo un gran recipiente en forma de una damasana abierta a lo largo y por la mitad, de este recipiente salía un chorro de agua cristalina, acompañado también por hermosas figuras de ángeles que tenían un cierto aire femenino aunque, de esto no estoy seguro porque a los escultores y pintores les ha dado por imaginar a los ángeles tan hermosos que uno no sabe si son mujeres u hombres, había en sus ojos un detalle que me hizo pensar que estos ángeles no eran tan divinos, por que se notaba en sus miradas un dejo de indiferencia y lástima hacía las personas que miraban más abajo. Los ángeles a su vez, sostenían a un gran pez que estaba de costado, parecía retorcerse en una lenta agonía y, de la boca del pez brotaba otro chorro de agua el cual llenaba la damasana que estaba más abajo y que contenía a los ángeles, encima de este pez se encontraba un hombre con grandes músculos, cargando a un delfín que expelía otro chorro de agua por el orificio que estaba destinado a respirar, este chorro de agua se dispersaba por todas direcciones debido a la fuerza de gravedad.
Me intrigó mucho saber el significado de la figura, y me quedé pensando por largo tiempo, no encontré a alguien para preguntarle. La fuente estaba flanqueada por varias jardineras llenas de plantas y árboles, bajo los cuales se encontraban algunas bancas a modo de que los visitantes se sentaran a descansar y pasar el tiempo lo mejor posible. Yo siempre he tenido la manía de sentarme en el borde de las fuentes si el agua que brota de ellas me lo permite y viendo que esta fuente me lo permitía decidí hacerlo y refrescarme un poco las manos.
Miré de nuevo el mapa y aunque esto me pareció inútil porque sabía que estaba igual que antes, me pareció que era bueno tener la mente ocupada mientras descansaba. El sol estaba ya por ocultarse y la verdad es que no quería estar una noche entera en ese lugar.
Hay muchos tipos de miedo y entre todos estos, el más aterrador es el de la soledad. Las dudas que me habían abandonado cuando inicié el camino me asaltaron de repente, ¿por qué hacía todo esto?, ¿era una exaltación a mi espíritu aventurero? o, ¿simplemente porque no razoné cuando di inicio a esta aventura? Viéndolo de esta manera, la mayoría de las ocasiones en que me puse a razonar antes de hacer cualquier cosa terminé no haciéndola, creo que nos pasa a todos y al final nos arrepentimos pensando en lo que hubiera pasado si hubiéramos hecho esto o aquello, pero como aprendí conformé fui creciendo que las suposiciones son malas y que son una señal de que no estamos haciendo bien las cosas y que preferiríamos estar viviendo en otra vida, en otro tiempo y en otro lugar sin enfrentar las situaciones que nos dañan.
Yo había decidido seguir una ilusión cuando niño, había soñado con esta aventura y ahora debía seguir por el mismo camino sin importar lo que pasara o lo que tuviera o perdiera de las manos, el tiempo es el que se encarga de ponernos algo en ellas y es él mismo el que nos las quita. Él también se encargaría de ponerme en el lugar que me correspondía y me enseñaría en su infinita sabiduría a sacar el máximo provecho del momento en que me tocara vivir. Así que respiré hondamente y me dispuse a llegar hasta donde se me permitiera, sin detener el paso por muy lento que este fuera.
Absorto en mis pensamientos tomé un poco de agua con las manos y comencé a jugar con ella, estaba fresca y al instante me sentí reconfortado.


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jueves, 8 de abril de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo VI

–Está bien, tendré mucho cuidado –Dije dando por terminada la plática.
Comencé a caminar nuevamente internándome en el poblado, miraba las casas en silencio, parecían abandonadas pero en algunas se alcanzaba a escuchar notas de música interrumpidas por la estridente voz de alguna persona que se divertía cantando, esto me hacía pensar que estaba equivocado en mis pensamientos.
La vida recobraba su rutina diaria, y yo caminaba pensando en eso cuando en una de las casas vi a dos personas limpiando los vidrios de una ventana una y otra vez, pensé que alguna de ellas podría indicarme el camino hacia la salida, y me acerqué a preguntarle a una de ellas.
–Disculpen –Grité para que me pudieran oír las dos personas en el segundo nivel de la casa, era una pareja–. ¿Me podría usted decir si siguiendo este camino saldré del pueblo?
Las personas no me oyeron por que siguieron haciendo su tarea o al menos esa impresión me dieron, a lo que tuve que gritar de nuevo y nuevamente me ignoraron, creo que no me oían y así tuve que gritar de nuevo, hasta que la mujer me miró con cierta curiosidad pero al parecer no entendía lo que hablaba y acto seguido le hizo una señal al hombre indicándole el lugar en donde me encontraba, cuando el hombre me vio tiró el trapo que tenía en la mano y desapareció de la ventana, la mujer no se inmutó y continuó con la limpieza.
Unos instantes después el hombre apareció en la puerta quedándose en el quicio, se notaba un poco temeroso; estaba vestido con una playera sin cuello de color gris y unos pantalones de mezclilla, coronaba su atuendo con unos tenis y una gorra de un equipo deportivo que no conocía. Era blanco y tenía la cara muy roja, yo creí que era por el sol pero no se me ocurrió pensar que había estado en la sombra, sobre su rostro tenía un cubre bocas y sus manos las tenía cubiertas por unos guantes de plástico, no se me acercó cuando yo hice lo mismo para saludarlo.
– ¿Qué se le ofrece? –Me preguntó con una voz temblorosa.
–Solo un poco de información –Contesté de inmediato, bajando mi mano después del intento fallido de saludo, como suelo hacerlo con la gente desconocida. El hombre que se había quitado el guante había rechazado mi mano moviendo rápidamente las suyas hacía arriba en un acto casi instintivo.
–Le doy lo que quiera, solo le pido que no me toque por favor –Me dijo.
Me quedé estupefacto ante lo que me había dicho y en algún lugar había escuchado acerca de las fobias, pero no pude sospechar hasta que punto podían ser nocivas en el ser humano.
– Está bien, no se preocupe –Le dije con mucho cuidado–. Solo quiero saber si estoy en el camino correcto para salir de aquí, porque creo que me he perdido.
El hombre se me quedó mirando como si no me pudiera entenderme, por lo que hice el ademán de repetir la pregunta.
– Solo existe esta calle y debería llevarlo a la salida, como se debe dar cuenta no salimos mucho y por ahora preferiría quedarme aquí, no lo invito a pasar por que estamos haciendo limpieza –Me dijo con mucho nerviosismo y un poco atemorizado de mi presencia creo yo.
– No se preocupe –Le dije y me encaminé de nueva cuenta hacía la calle–, ya me voy y lamento haberle molestado, creo que esta calle me llevará a la salida. Muchas gracias por el informe.
– Debe tener mucho cuidado hay epidemias en estos lugares y muchas bacterias en el ambiente –Dijo el hombre mirándome muy raro y dándose vuelta hacía el interior con gran prisa.
–Bueno –Pensé, cada quién con sus manías–. Sólo deseé salir de ese lugar lo más pronto posible y aunque no lo sabía, aún me faltaban algunas cosas por vivir.



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martes, 6 de abril de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo V

Desde la entrada se podía dominar la calle principal, Las casas, dividas en dos partes, pintadas de dos colores de forma que contrastaban el uno con el otro, estaban alineadas conforme a la calle, solo separadas apenas por uno que otro pasillo entre ellas y que daba a la entrada de las casas, las cortinas adornaban la mayor parte de las ventanas de tal forma que les daba un toque de alegría perdida en el centro mismo de la casa. En la calle no había ninguna persona a quién preguntarle algo y que me pudiera dar información alguna sobre el camino a seguir solo había una caseta de vigilancia pintada del mismo color y vacía, a un lado de ella se encontraba una toma de agua. Había un letrero que estaba arriba de la llave y que advertía que no se podía beber el agua y que si se bebía el riesgo corría por cuenta propia –¿qué riesgo podía tener el beber un poco de agua? quizá contenía una especie de microbio o virus que causara alucinaciones o la muerte– pensé, pero la sed era muy intensa ya, así que decidí ignorar el letrero y beber un poco, abrí la llave y vi que el agua salía muy clara e inmediatamente hice un cuenco con las manos y mojé mi rostro, la frescura del líquido me invitaba a beberlo, apenas unas gotas probaron mis labios cuando una voz me hizo brincar de repente.
–No bebas de esa agua a menos que quieras quedarte aquí para siempre –Una voz desconocida y que provenía de un lado mío en un tono de autoridad que no admitía réplica me sorprendió y en el acto saqué las manos del agua, –¿No has visto el letrero que está ahí arriba?
–Si lo vi, pero me estoy muriendo de sed y no creí que esta agua que tan limpia me fuera a hacer daño –Contesté un poco contrariado–, créame que ya no aguanto la sed.
El hombre me miró de una forma muy extraña y no dijo nada, se metió en la caseta de vigilancia y de su maleta sacó una pequeña botella de la cual me dio a beber un poco lo que agradecí con una sonrisa, cuando hube satisfecho mi sed lo miré con un poco más de atención, no era muy alto, el abdomen ya un poco prominente por la falta de ejercicio, mediana edad, el pelo cano y ensortijado, con las huellas del tiempo en el rostro. El guardia vestido impecablemente de azul tenía algo muy extraño en su mirar que me desconcertó, creí sentir una extraña ternura en él que inspiraba confianza.
– ¿Cómo se llama esta ciudad? –Pregunté con una gran curiosidad reflejada en el rostro–. Tengo que cruzarla y me gustaría saber el camino más corto para salir de ella, ¿usted podría decírmelo?
–Esta ciudad no tiene nombre –Respondió el hombre de color– o al menos yo no lo sé, lo debes haber visto cuando entraste, me imagino. En cuanto a la salida, es un poco complicado, tendrás que seguir este camino que es el único que hay hasta llegar a la mitad del pueblo, esa es toda la información que te puedo dar, porque ni yo mismo la he recorrido en su totalidad, en el centro hay una fuente y un parque –Dijo señalándome la calle que había visto antes–. Además, veo que llevas un mapa ¿no?, ¿por qué no ves si él te dice lo que necesitas saber?
–Eso quisiera pero se ha borrado y lo más curioso es que no sé el motivo, cuando salí de casa estaba completo, ahora ya no, así que decidí seguir a ciegas el camino para llegar hasta aquí.
– ¡El camino! –Dijo el hombre un poco extrañado– y, ¿hasta aquí? Yo no sé de algún camino desde que estoy aquí, ¡debes estar soñando!
Me sorprendí por la respuesta porque la puerta seguía abierta y desde ahí se podía observar el camino que me había traído hasta las puertas de esta ciudad donde el guardia que las cuidaba no conocía ni el nombre del lugar que habitaba.
–Tendré que seguir entonces –Dije con un ademán de resignación–, a ver si encuentro alguna persona que me pueda decir por donde salgo de esta ciudad.
–Está muy bien, pero ten cuidado porque la gente de aquí es muy especial –Acotó el hombre con un gesto de preocupación– algunos de ellos no están bien, ¡tú sabes!, dicen cosas muy raras y algunos sufren de alucinaciones –Concluyó.


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sábado, 3 de abril de 2010

Mudanza

Puedes irte,
llevarte todo de ti
los recuerdos,
las caricias, los besos,
el tiempo sin sabor,
las labores diarias de la agonía en tus brazos,
todo,
puedes irte y llevarte todo.
En el camión de la mudanza
en el camino que recorre
cuida que no caiga nada
no quiero reclamos de sinceridad
o la falta de un recuerdo o un detalle de los míos.
Sólo quiero estar en paz,
sin mis recuerdos,
sin mis caricias,
sin mis besos -que fueron tuyos-,
con ésta resaca después del amor
y ésta pequeñez desnuda
que nos muestra la indiferencia
de un tiempo compartido…

Eugenio



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jueves, 1 de abril de 2010

La Ciudad de los Sueños

Capítulo IV

Comencé a andar por el camino indicado en el mapa, volví a mirarlo y me quedé sorprendido al descubrir que se había borrado a la mitad, al dar una vuelta en el camino éste se borraba ¿qué podía hacer entonces?, estuve a punto de regresarme y después de meditarlo por unos momentos decidí seguirlo hasta esa parte, estaba seguro que algo pasaría aún sin saber lo que sería. Seguí la ruta con mucho cuidado y hasta que llegué al punto donde el mapa se borraba. Ahí, frente a mi estaba una bifurcación, lo cual me desconcertó porque ya había estado ahí antes y lo que recordaba es que no existía tal división, yo apenas reconocía uno de los caminos así que, lógicamente decidí ir por el que nunca antes había andado.
El camino se tornaba un poco oscuro por la sombra de los árboles a ambos lados del sendero, era un pasillo con paredes de piedra superpuestas. Las hojas crujían bajo mis pies, parecía que nadie había andado por ese lugar desde hacía mucho tiempo. Seguí por el camino un largo rato, este parecía como un laberinto que entre más recorría más me perdía, había una escalera y al bajar pude ver a cierta distancia un valle y un poblado, también se alcanzaba a ver el empedrado de la calle principal y la mayoría de las ventanas abiertas, con las cortinas moviéndose por el viento, no alcancé a ver a algún habitante mientras me acercaba, pero el poblado estaba rodeado por una pared de piedra que contrastaba en su totalidad con el color de las casas y le daba una sensación de prisión al pueblo.
En la entrada del pueblo un zaguán prohibía el paso, en su parte superior tenía forma de reja, cubierta por algunas láminas de metal que no permitían la vista hacia el interior, tenía por lo menos unos dos metros de alto y unos cinco metros de ancho y se podía abrir de par en par para dejar pasar a un vehículo –o bien a una gran multitud–. Se oía el canto de los pájaros y aparte de esos cantos no se escuchaba ruido alguno junto a la reja, ninguna voz o sonido proveniente del interior. Había varias figuras de metal en la puerta, figuras formadas entre los barrotes, algunas se podían confundir con las que son formadas por las nubes cuando son empujadas por el viento y de esa misma forma se cambiaban constantemente, algunas veces me pareció encontrar algún oso reflejado en una de ellas y al instante siguiente, la figura del oso ya había cambiado por la de otro animal y así sucesivamente, terminé mareándome por tanto movimiento.Había un letrero también, con unos símbolos que al igual que las figuras cambiaban a cada instante, me pareció leer una frase y que cabe decirlo acabó desconcertándome, “La locura es la libertad verdadera, la libertad lo es todo”. ¿Qué misterio encerraba esa frase?, la repetí en voz alta y la puerta se abrió al instante dejándome estupefacto por unos momentos, cuando salí del trance pasé con gran recelo por la puerta abierta, una desconfianza que nunca había sentido me vino de golpe, entonces recordé que alguien me había dicho alguna vez: “los seres humanos siempre tenemos temor de lo desconocido y este temor es inherente a nuestro instinto de conservación, este instinto nos sirvió de mucho en el pasado y aún permanece en estado salvaje, si se domina este temor, siempre se estará un paso adelante de los demás” –y se puede considerar como un triunfador–. Terminé con mis propios pensamientos cuando pasé por el zaguán abierto ya de par en par.


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